54 heridas recibió en su cuerpo heroico aquel guerrero. En Ayacucho fue ascendido a general por el Mariscal Sucre, como fue ascendida también La Coronela Manuela Sáenz, en el mismo campo de batalla. Acompañó a Bolívar hasta su último minuto, lo vio morir. Con una camisa de seda de José Laurencio Silva fue que velaron a Bolívar y lo llevaron al ataúd, porque él mismo vio que estaba rota la camisa de Simón y José Laurencio Silva buscó la mejor que él tenía.
Retrato del General José Laurencio Silva.
Por Martín Tovar y Tovar (1827 - 1902) fecha: 1874
José Laurencio Silva (Tinaco, Cojedes, 7 de septiembre de 1791 - Valencia, Carabobo, 27 de febrero de 1873) fue un militar venezolano de destacada participación en las guerras de independencia hispanoamericanas. General en jefe del Ejército de Venezuela en la Guerra de Independencia y los años subsiguientes. En total participó en 17 batallas y combates menores, durante la gesta emancipadora. Fueron sus padres José Dalmacio Silva, un pescador y María Casilda Flores de oficio comadrona. En 1810 se enrola en el batallón núm. 9 del Tinaco, con el empleo de subteniente de milicias. Ese mismo, bajo las órdenes del brigadier Francisco Rodríguez del Toro, participa en la Campaña de Coro.
Terminada esta campaña, Silva queda en guarnición, entre Baragua y Siquisique. En 1811, con el general Francisco de Miranda toma parte en las acciones para reducir la disidencia realista de Valencia. Tras la perdida de la Primera República, Silva se tiene que ocultar en los bosques de Guárico y Cojedes, donde lleva a cabo actividades de guerrillas. En 1813, cuando Simón Bolívar pasa por San Carlos, decide unirse al Ejército Libertador con un escuadrón de caballería. El 31 de julio de 1813 combate en la batalla de Taguanes. Entre ese año y 1814 participa en casi todas las acciones tácticas libradas en ese lapso.
Prisionero en 1814, escapa y desarrolla actividades guerrilleras en los llanos de Cojedes. Por este tiempo se une al general José Antonio Páez en el Apure y toma parte en hechos de armas que acontecen en aquel teatro de operaciones; así como en los que se llevan a cabo en la Campaña del Centro (1818). Después de la batalla de Calabozo (12.2.1818) es ascendido a teniente coronel. En 1819 actúa en la Campaña de Apure y allí permanece al lado de Páez mientras Bolívar desarrolla su ofensiva sobre Nueva Granada. En 1821 recibe el despacho de coronel después de su actuación en la Campaña de Carabobo.
Con Bolívar marcha ese año al sur y combate en la batalla de Bomboná el 7 de abril de 1822. Luego de un año en Guayaquil y Quito sigue con Bolívar hacia Perú donde toma parte en la campaña libertadora. El 6 de septiembre de 1824 combate en Junín y el 9 de diciembre de 1824 en Ayacucho. En esta acción recibió 3 lanzazos, por lo que fue ascendido a general de brigada. Luego de esto regresa a Venezuela, donde en 1827 contrae matrimonio con Felicia Bolívar Tinoco, hija de Juan Vicente Bolívar Palacios. En ese mismo año fue destinado a la Comandancia General de Guayana. En 1829 fue ascendido a general de división, y en 1830 Bolívar lo nombró en Santa Marta como uno de sus albaceas testamentarios y fideicomisarios.
Regresa a Venezuela en 1831 y está activo durante la Revolución de las Reformas. A pesar de que ya estaba retirado de la vida pública, tiene actuaciones aisladas en 1846 contra Ezequiel Zamora y en 1849 se puso al mando de tropas que combatieron contra Páez, teniendo el llanero que capitular. El 16 de diciembre de 1851 recibe letras de invalidez. El 7 de marzo de 1855, es ascendido a general en jefe. En 1859, combate a los federalistas en el occidente de Venezuela, y ese mismo año, después de algunos enfrentamientos con Ezequiel Zamora en Barinas y Portuguesa, renuncia al cargo militar que desempeñaba.
Aquí es necesario contextualizar la situación de Venezuela para la época. Después de la guerra de independencia, pasan los años, el pueblo engañado y traicionado, la oligarquía se adueñó del poder, la república oligárquica se instaló, subordinada a poderes imperiales, los ricos se hicieron de las mejores tierras, de las riquezas, de las minas, y el pueblo que fue el que hizo la guerra de independencia y el que más sacrificó, quedó peor que antes, esclavos empobrecidos. Y fue así como se alza de nuevo el pueblo y surge un nuevo líder: Ezequiel Zamora. Y viene la Guerra Federal y cuando Zamora derrota al ejército burgués en Santa Inés, la goda caraqueña y valenciana recurre a José Laurencio Silva, para que detenga al general Zamora y al Ejercito del pueblo Soberano, que luchaba por reivindicaciones sociales, entre ellas la repartición de la tierra al que la trabaja y la consigna de hombres libres.
José Laurencio, monta a caballo y va y cruza su Tinaco y entra a su llano, se vuelve otra vez centauro. Pero él va pensando y cuando llega a las orillas del Río Guanare, del otro lado Zamora y el ejército del pueblo y él de este lado, con el ejército que también estaba formado por hombres del pueblo, pero en defensa de los ricos, de la oligarquía. Pasó de madrugada el río José Laurencio, cruzó el río en una pequeña embarcación con 4 o 5 soldados, se entrevistó con Zamora en el monte, conversó con Zamora antes del amanecer. Cuando salía al sol, vuelve a pasar el río hacia la ribera norte, llamó a su estado mayor y se replegó. No quiso pelear contra el pueblo.
¡Ah!, la goda en Caracas y los periódicos, lo llamaron ¡cobarde!, ¡cobarde! Y le abrieron juicio y cuando fue al tribunal peló por el pecho y dijo: “¿Cobarde yo? Esta fue en Junín, esta fue en Ayacucho, esta fue en Carabobo. ¿Cobarde yo?”. Ese es el pueblo. Y así se retiró de la vida militar y pública José Laurencio Silva. Luego de esto trabaja en algunos empleos de tipo administrativo hasta que decide retirarse de manera definitiva a la vida privada y se residencia en Valencia.
LA ANÉCDOTA DEL BAILE DE SIMÓN BOLÍVAR CON JOSÉ LAURENCIO SILVA.
Sin precisar si fue ingenuidad, ignorancia o imposición de la iglesia católica lo que motivaba a nuestros antepasados a celebrar los días destinados a los santos, (citemos el ejemplo de que siendo San Simón el 28 de octubre y San Antonio el 13 de junio), creían que eran esas fechas y no otras, las del onomástico de cada uno de los libertadores, y festejaban consecuentemente, a cada uno de ellos todos los años.
Coincidió entonces, que la visita anunciada del Libertador Simón Bolívar a la Villa Imperial de Carlos V (Potosí - Bolivia), fuera precisamente un 28 de octubre. Lo cual motivó un gran despliegue de recursos, la ciudad entera se engalanó para honrar la presencia de tan ilustre personalidad. La noche del 27 se iniciaron los festejos con bailes populares en la Plaza del Regocijo, danzas incásicas, fuegos artificiales e iluminación general de las fachadas. Se ofreció al Libertador una hermosa serenata ejecutada con instrumentos de cuerda y luego con la música de la Banda Militar Húsares de Colombia.
La aurora del día 28 fue saludada por descargas de artillería, y luego hubo un paseo matinal alegre y alborotado. A las 9 de la mañana se celebró una misa en la Iglesia de la Compañía de Jesús, el celebrante fue el capellán de Bolívar, y lo acolitaron los curas Calero y Juan de la Cruz, predicó el R.P. Castro de la Iglesia de San Francisco. Los empleados de la Casa de la Moneda y Banco de San Carlos ofrecieron un gran banquete en los salones más elegantes de dicho edificio. Cómo fueron los preparativos y los aspectos culinarios es otra historia, pues lo que se pretende en este relato es recordar detalles que algunos historiadores pasaron por alto en diferentes biografías hechas del Libertador.
Organizada la fiesta de gala, como se la llamaría ahora, en instalaciones de las Arcas Reales, donde además se improvisó un anexo para que pudieran reunir cómodamente por lo menos doscientas parejas, ahí estuvo Simón, ataviado no con sus galas militares sino vestido de "civil" como dirían hoy los militares, es decir, vestía un elegante frac de paño negro de corta levita, medias de seda, zapatillas de charol con hebillas de oro, corbata blanca, el consabido calzón corto de paño y por única condecoración la medalla de Washington obsequiada por el Presidente de Estados Unidos. Si mucho impactó su vestimenta, mucho más lo hizo su aspecto personal, pues por vez primera se había quitado las patillas y los bigotes. Bolívar no era un hombre de modales refinados, sin embargo la habilidad que tenía para manejar las Relaciones Humanas en el lugar donde se encontrare y con quien fuere, es por todos muy conocida. Es así, que en la mentada fiesta hizo lo suyo, conversó con todas las damas, con algunas mayor tiempo que con otras, en especial con la esposa del Gral. Quintana, bailaron juntos casi dos horas al son de la orquesta de piano y violines; cuando se produjo el primer descanso de los músicos, de inmediato sonaron los acordes de los Húsares de Colombia, cuyo ritmo contagioso entusiasmó hasta al más indiferente.
Mientras recorría el salón, pues, dicho sea de paso, no permaneció sentado ni un solo momento, el Libertador se percató de la presencia del Gral. José Laurencio Silva, cuyo color aceitunado de su piel lo hacía confundir con el personal de servicio es decir con los esclavos vestidos de libres, quienes oficiaban de garzones o saloneros. Silva estaba turbado pues ninguna de las elegantes damitas le concedió el honor de bailar una pieza, el desaire era muy notorio, tanto que Bolívar, decidió remediar ese mal momento pasajero como todo nubarrón.
Su excelencia esta ahora en medio de la sala, levanta la voz, hace una reverencia y dice:
“Señor José Laurencio Silva... Ilustre prócer de la independencia Americana, Héroe de Junín y Ayacucho, a quien Bolivia debe inmenso amor, Colombia admiración, Perú gratitud eterna, saben que el Libertador quiere honrarse en bailar ese vals con tan distinguido personaje”, dirigiéndose a la orquesta ordenó: Tocad un vals y caminando donde estaba asombrado José Laurencio Silva lo reverenció, ¿me concede el honor General?; y salieron al centro de la sala, el murmullo era unísono y valsearon como buenos amigos, recordando quizás las veces que lo hicieron en los campamentos de Apure, en el reposo de las campañas guerreras, al son del Arpa y las Maracas, así valsearon hasta que los aplausos de la numerosa concurrencia opacaron la orquesta.
Ilustración: José Ignacio Cabrujas
Este gesto solidario del Padre de la Patria Simón Bolívar, se aprecia el reconocimiento de los méritos de uno de los tantos héroes que hicieron posible la Independencia de Venezuela y Latinoamérica, al igual que su identidad y amor por la música nuestra.
HOJA DE ASCENSOS MILITARES
DISTINCIONES: Obtuvo las jerarquías militares de su tiempo, logradas así:
1810 – Es Subteniente de Milicias en el Batallón Nº 9 de Tinaco, luego renuncia a ese grado militar y se incorpora a la Compañía de Cazadores de Aragua como Sargento Primero.
1813 – En el mes de septiembre es elevado a Teniente.
1814 – Después del sitio de San Mateo, será vivo y efectivo Teniente Veterano.
1817 – Se le asciende en Mucuritas, en el campo de batalla, a Capitán de Ejercito.
1818 – Cerca de Calabozo el Libertador Simón Bolívar, lo eleva a Teniente Coronel.
1824 – Es proclamado, por el Mariscal Antonio José de Sucre, como General de la Brigada del Perú y Colombia. El mismo año 24 recibirá el despacho del Perú y el 25 de Colombia.
1828 – Después de someter a Guayana que se alza contra el orden Constitucional fue ascendido a General de División.
1855 – El Congreso Nacional le concede el grado de General en Jefe de los Ejércitos de la República.
Obtuvo las más altas condecoraciones que se les imponían a los Libertadores y héroes de Venezuela y América.
El Libertador Simón Bolívar le designo Albacea Tertamentario junto con Pedro Briceño Méndez, Juan de Francisco Martín y el Dr. José María Vargas.
Muere el aguerrido general Patriota el 27 de febrero de 1873, en Valencia, cargado de laureles, dejando una estela de excelente ciudadano, insigne militar, leal amigo de Bolívar y ejemplar ciudadano.Sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional el 16 de diciembre de 1942.
Martín Tovar y
Tovar (1827 - 1902) - Salón Elíptico del capitolio Nacional. Oleo
sobre tela. Palacio Federal Legislativo, Caracas - Venezuela
Nace en Cumaná (actual, Edo. Sucre) el 3 de
febrero de 1795 y es asesinado en Berruecos (Colombia) el 4 de junio de 1830.
Antonio
José Francisco de Sucre y Alcalá,Perdió a su madre a los siete años de edad. Aún adolescente fue enviado
a Caracas al cuidado de su padrino el arcediano de la catedral, presbítero
Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios de ingeniería militar en la
Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano Pedro y otros jóvenes, integró
como cadete la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, unidad
organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño, gobernador de la provincia de
Cumaná.
Oficial (general en jefe) del Ejército de
Venezuela, Colombia y Ecuador, Gran Mariscal de Ayacucho (Perú). Presidente de
Bolivia. Político y estadista. Hijo del teniente Vicente de Sucre y Urbaneja y
de María Manuela de Alcalá y Sánchez. Se le considera el militar más completo y
cabal de los próceres de nuestra Independencia. Fue un paradigma en el estricto
cumplimiento de su deber; era inflexible, duro y justo. Su padre, sus 2 abuelos
y 4 bisabuelos y los más de sus tatarabuelos, fueron militares. Perdió su madre
a los 7 años. Adolescente fue enviado a Caracas al cuidado de su padrino el
arcediano de la catedral, presbítero Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios
de ingeniería militar en la Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano
Pedro y otros jóvenes, integró como cadete la compañía de Húsares Nobles de
Fernando VII, en Cumaná, unidad organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño,
gobernador de la provincia de Cumaná.
En 1810, la Junta de Gobierno de Cumaná le
confiere el empleo de subteniente de milicias regladas de infantería. Este
grado fue ratificado por la Junta Suprema de Caracas el 6 de agosto de ese
mismo año. En 1811 desempeña en Margarita el cargo de comandante de ingenieros.
El 31 de julio de ese año recibió el despacho de teniente. En 1812 se halla en
Barcelona, en calidad de comandante de la artillería. Allí, el 3 de julio del
citado año, junto con otros ciudadanos notables, firmó el acta de la junta de
guerra que se reunió aquel día para resolver lo conducente a la seguridad de la
República, a raíz de los acontecimientos en Caracas (ofensiva de Domingo de
Monteverde) y la ocupación de Cúpira por un grupo de partidarios de Fernando
VII.
Tras la capitulación del general Francisco de
Miranda regresó a Cumaná, donde el nuevo gobernador realista Emeterio Ureña le
extendió pasaporte para que se trasladase a Trinidad; pero no consta que
hiciera uso de dicho documento. En 1813, bajo las órdenes del general Santiago
Mariño, integra el grupo de republicanos conocido como los "libertadores
de oriente" y participa en las operaciones para la liberación de aquella
parte de Venezuela.Como edecán
del general Mariño, en 1814, asiste a la conjunción de las fuerzas de oriente
con las de occidente en los valles de Aragua. Ese año, su hermano Pedro fue
fusilado en La Victoria por los realistas; y víctimas de José Tomás Boves
mueren en Cumaná sus hermanos Vicente y Magdalena.
No menos de 14 parientes inmediatos perecerán
en la Guerra de Independencia. En 1815, tras combatir bajo las órdenes del
general José Francisco Bermúdez en Maturín, pasa a Margarita y escapando del
general Pablo Morillo, sigue a las Antillas y Cartagena. En esta plaza, con
Lino de Pombo de jefe inmediato, dirige los trabajos de fortificación para la
defensa de la ciudad contra el asedio realista. En diciembre está en Haití.
Cuando regresaba después a Venezuela naufraga en el golfo de Paria. En 1816,
Mariño lo nombra jefe de su Estado Mayor y lo asciende a coronel. Este mismo
jefe lo designa en 1817 comandante de la provincia de Cumaná. Ese año, después
del Congreso de Cariaco (8 mayo) desconoce la actuación de dicho cuerpo y
autoridad de Mariño y se traslada a Guayana, donde se pone bajo las órdenes de
Simón Bolívar. El 17 de septiembre de ese mismo año recibió de Bolívar la
designación de gobernador de la Antigua Guayana y comandante general del Bajo
Orinoco; y también el encargo de organizar un batallón con el nombre Orinoco.
Empezaba su carrera de gobierno
en la cual desempeñaría todos los cargos de la Administración civil hasta
presidente de la República en Bolivia. El 7 de octubre del mismo año (1817)
recibió el nombramiento de jefe de Estado Mayor de la división de la provincia
de Cumaná, bajo las órdenes del general Bermúdez, nombrado comandante de la
citada gran unidad. Estos nombramientos tenían, además la finalidad de reducir
la disidencia que reinaba en Cumaná. "El general Bermúdez y Vd. van a
hacer cosas grandes en Cumaná y quizás algún día serán llamados los salvadores
de su país", dijo Bolívar a Sucre en aquella ocasión.
Arturo
Michelena, "Retrato ecuestre de Bolívar (Bolívar en Carabobo)",
París, 1888, óleo/tela, 305 x 211 cm. Palacio del Gobierno del Estado Carabobo,
Valencia, Venezuela.
En agosto de 1819 fue ascendido a
general de brigada por el vicepresidente de Venezuela, Francisco Antonio Zea;
grado que será ratificado por Bolívar el 16 de febrero de 1820. Viaja a las
Antillas comisionado para adquirir material de guerra; misión que cumple con
éxito. Ese mismo año desempeña, interinamente, la cartera de Guerra y Marina y
es jefe titular del Estado Mayor General. Fue uno de los comisionados para
concertar los Tratados de Trujillo (Armisticio y Regularización de la Guerra)
que en noviembre de 1820 suscribieron los generales Bolívar y Pablo Morillo.
Era su primera empresa diplomática, inicio de otra carrera en la cual también
descuella con su brillo habitual. De este instrumento regularizador de la
contienda, el cual representa un notable hito en el derecho internacional, dirá
Bolívar que fue "...el más bello monumento a la piedad aplicada a la
guerra"
El 11 de enero de 1821, en
Bogotá, fue nombrado por Bolívar comandante del Ejército del Sur, en reemplazo
del general Manuel Valdés; era la fuerza que, desde 1820, operaba en Popayán y
Pasto. No recibió Sucre el cargo porque razones de Índole estratégica y
política hicieron que Bolívar anulase tal designación y le diese comisión para
marchar a Guayaquil, donde reemplazaría al general José Mires y asumiría la
misión que se le había encomendado: la de hacer que la provincia (la cual se
había independizado de los españoles en octubre de 1820) se incorporase a la
República de la Gran Colombia y tomar el mando de las tropas que hubiese en
Guayaquil, como pasos previos para la liberación de Quito, que era el propósito
principal de las operaciones que se ejecutasen.
El 6 de abril llegó Sucre a
Guayaquil y al presentarse ante la Junta de Gobierno, expuso la razón de su
presencia allí y de la idea de una unión de la provincia con Colombia. El 15
del mismo mes fue celebrado un tratado entre Sucre (por Colombia) y José Joaquín
de Olmedo, Francisco Roca y Rafael Jimena, miembros de la Junta. El tratado
estipulaba que Guayaquil mantendría su soberanía, pero bajo la protección de
Colombia. En aquella oportunidad Sucre quedó facultado para abrir la campaña
contra los realistas, y con tal motivo, Guayaquil le ofreció todos los recursos
disponibles.
En julio de 1821, el mariscal de campo Melchor Aymerich, a la
cabeza de una columna de 1.700 hombres abrió operaciones contra Guayaquil, por
Guaranda, Babahoyo y Yaguachi; acción combinada con la ejecutada por el coronel
Francisco González con 1.000 hombres, por Cuenca hacia Yaguachi.
El 7 de agosto se movió Sucre con
unos 1.000 infantes y 200 jinetes, contra la columna de González a quien
derrotó el 19 del mismo mes en la batalla de Yaguachi. Sucre contramarchó para
enfrentar a Aymerich; pero éste, rehusando el combate, se retiró a Sabaneta y
después a Guaranda, bajo la persecución de una unidad republicana. Sucre
aprovecha la victoria de Yaguachi para instar nuevamente a la Junta de Gobierno
para que defina la suerte de Guayaquil. El 3 de septiembre, la Junta se
pronunció en favor de la unión con Colombia; pero no se hizo efectiva debido a
la indecisión de Rafael Jimena y a la hostilidad hacia Colombia del coronel
Francisco Roca. La situación política de Guayaquil quedó en suspenso. En
septiembre del mismo año emprendió Sucre operaciones contra la columna de
Aymerich, y en su avance fue derrotado por la columna de Francisco González en
Huachi el 12 de septiembre.
Sucre se retiró a Guayaquil,
donde reconstituyó sus fuerzas y las aumentó con las tropas reclutadas en la
provincia y con las que llegaron de Colombia en octubre de ese año. Para
diciembre la situación política de Guayaquil se tornó un tanto delicada por la
llegada de los generales Francisco Salazar y José de La Mar, procedentes del
Perú; el primero como embajador del Perú y el segundo con el propósito de tomar
el mando en la provincia y sus fuerzas militares. Ambos agentes desarrollaron
actividades en favor de la causa peruana, lo cual activó el espíritu del
partido contrario, cuya consecuencia fue la decisión de Porto Viejo, el 16 de
diciembre, cuando declaró su incorporación a Colombia, ejemplo seguido por las
localidades de Jipijapa y Manabí.
Carta de la
República de Colombia dividida en 12 departamentos en 1824.
Tomado del
"Atlas físico y político de la República de Venezuela", 1840. Autor:
Agustín Codazzi
La Junta nombró a La Mar
gobernador de la provincia y le confió el encargo de someter por la fuerza a
los pueblos que se habían pronunciado por Colombia. Intervino Sucre y convenció
a unos y a otros de que lo más importante era luchar contra el enemigo común y
dejar de lado la contienda partidista para cuando la libertad estuviese
consolidada. Inmediatamente Sucre envió como su delegado personal ante las
autoridades republicanas de Lima al coronel Tomás de Heres, quien obtuvo el
envío de tropas peruanas como ayuda a la empresa de Sucre. Estas tropas,
mandadas por el coronel Andrés de Santa Cruz, recibieron el nombre de División
Peruana. El éxito diplomático-político de Sucre en Guayaquil, el refuerzo de
las tropas de Santa Cruz, la buena opinión que de Colombia se habían formado
los guayaquileños y la información de la marcha de las fuerzas de Simón Bolívar
hacia Pasto, pusieron a Sucre en condiciones favorables para la prosecución de
las operaciones para la liberación de Quito.
Su plan general consideraba una
concentración de fuerzas en el área comprendida entre Loja, Saraguro y Oña; en
aquella zona debía unírsele la División Peruana. En coordinación con la
concentración prevista actuaría una fuerza secundaria cuyo propósito era el de
amenazar a Quito y las comunicaciones realistas con Riobamba. Esta misión la
encomendó Sucre al teniente coronel Cayetano Cestari, quien desde Babahoyo fue
a situarse en las inmediaciones de Latacunga, con 120 infantes y 40 jinetes.
Desde Samborondón envió Sucre una pequeña fuerza bajo el mando del capitán José
Antonio Pontón, hacia Alausí, a interceptar las comunicaciones realistas entre
Cuenca y Riobamba. Las fuerzas realistas estaban constituidas por 3.000
hombres, distribuidos en Cuenca, Riobamba, Ambato y Quito. Por su parte Sucre
disponía de 2 divisiones: una de Colombia y la otra de Perú.
A este conjunto dio el nombre de
Ejército Unido, cuyo efectivo era del orden de los 2.500 hombres. A fines de
enero de 1822 comenzó la operación y para mediados de febrero ya la mayor parte
de las tropas republicanas estaba concentrada en Saraguro. Esta operación y la
posterior ocupación de Cuenca se llevaron a cabo con relativa facilidad,
gracias a las acciones de Cestari y Pontón. Después de algunos días en Cuenca,
el general Sucre prosiguió su ofensiva hacia Riobamba, ciudad que fue tomada el
21 de abril. Días antes, el coronel Diego Ibarra, comandante de la vanguardia,
había tomado contacto con los realistas en dicha localidad, y como consecuencia
de ello, capturó unos prisioneros y puso en retirada las fuerzas que la
guarnecían. El 29 de abril reanudó Sucre la marcha y el 2 de mayo tomó posesión
de Latacunga donde permaneció 10 días en espera de 2 batallones procedentes de
Panamá por mar, mandados por los coroneles José María Córdoba y Hermógenes
Maza.
El 13 de mayo reanudaron los
republicanos la marcha, y para evitar un ataque frontal, Sucre se desplazó por
las faldas del Cotopaxi hasta alcanzar el valle de Chillo, separado de Quito
por las alturas de Puengasi. Para neutralizar el envolvimiento planeado por
Sucre, los realistas retrogradaron y entraron de nuevo en Quito el 16 de mayo.
En conocimiento de que desde Pasto avanzaba una unidad realista en refuerzo de
las tropas que se hallaban en Quito bajo las órdenes del mariscal de campo
Melchor de Aymerich, Sucre envió al teniente coronel Cayetano Cestari en la
dirección de Pasto a fin de retardar la marcha del refuerzo realista. Sucre,
con el grueso, se puso en movimiento hacia los ejidos de Iñaquito, donde
presentaría batalla a los realistas, con grandes posibilidades de éxito, vistas
las ventajas que ofrecía el empleo de la caballería. Durante la ejecución de
este desplazamiento se produjo la batalla en las faldas del volcán Pichincha,
inmediatas a Quito, el 24 de mayo de 1822; en efecto, al percatarse Aymerich de
la maniobra que realizaban los republicanos, marchó hacia el Pichincha y les
presentó combate.
La Capitulación de la Batalla de Pichincha. Oleo sobre lienzo de
Antonio Salas. (1822)
La victoria fue de Sucre, la cual fue completada
con la capitulación que el jefe patriota concedió al mariscal Aymerich el 25 de
mayo del mismo año. Con las operaciones cuyas acciones finales se produjeron en
las faldas del Pichincha y en la ciudad de Quito, Sucre decidió a su favor la
vacilante y delicada situación de Guayaquil; dio libertad al territorio que
conforma hoy la República de Ecuador, y facilitó su incorporación a la Gran
Colombia. El 18 de junio de ese año, Bolívar le asciende a general de división
y lo nombra intendente del departamento de Quito.
Al frente de los destinos de Ecuador
desarrolla una positiva obra de progreso: funda la Corte de Justicia de Cuenca
y en Quito el primer periódico republicano de la época: El Monitor. Instala en
esa ciudad la Sociedad Económica. De su actividad personal es buena prueba que,
el día 6 de septiembre de 1822 expidió y firmó en Quito 52 comunicaciones.
Interesado por la educación puede afirmar que halló en Cuenca 7 escuelas y dejó
20.
A comienzos de 1823 el Perú llama a Simón
Bolívar para que se haga cargo de la empresa libertadora, pero ante la
imposibilidad de viajar de inmediato, designó a Sucre y lo proveyó de las
credenciales para las comisiones que debía cumplir en el Perú: pedir la
ratificación del Tratado de Alianza concluido por los plenipotenciarios del
Perú y Colombia el 6 de julio de 1822; proponer el plan de operaciones para la
campaña que se debía desarrollar o reformar aquellos que estuviesen vigentes;
permanecer en el país como agente diplomático, con libertad para intervenir en
las operaciones militares, y a nombre de la República de Colombia podía
garantizar cualquier tratado de evacuación del territorio que ocupaban las
armas españolas, o de suspensión de hostilidades entre las fuerzas peruanas y
realistas. El 10 de mayo de 1823 llegó a Lima y al día siguiente presentó
credenciales, en momentos cuando el Perú hacía frente a una situación muy
embarazosa, consecuencia de la inestabilidad política y del reciente fracaso de
los republicanos en la primera campaña a Intermedios.
Por esta época se hacían los
preparativos para una segunda campaña, también a Intermedios, en la cual, Sucre
con la División Auxiliar (grancolombiana) debía marchar a la ciudad de
Arequipa, donde actuaría en combinación con las acciones llevadas a cabo por el
general Andrés de Santa Cruz. El 30 de mayo recibió Sucre el nombramiento de
comandante del Ejército Unido, y el 21 de julio fue proclamado jefe supremo
militar, cargo aceptado por Sucre con la condición de ejercerlo solamente en el
teatro de la guerra.
A pesar de la victoria de Santa
Cruz en la batalla de Zepita (25.8.1823), la campaña degeneró en fracaso. Sucre
retornó a Lima, después de su retirada de Arequipa; operación muy elogiada por
los críticos, particularmente Carlos Dellepiane, quien afirma: "Las atinadas
disposiciones de Sucre en Arequipa, por medio de una retirada oportuna y
voluntaria, le permitieron salvar parte del ejército, que si se hubiese
empeñado, habría realizado el sacrificio más inútil..."
Batalla de Junín. Óleo sobre lienzo.
Oleo de Martín Tovar y Tovar (1827-1902)
El 1 de septiembre del mismo año
llegó Bolívar al Perú, y desde el mismo día contó con la cooperación de Sucre
en la ejecución de las múltiples tareas, tanto militares como políticas. En su
condición de comandante general del Ejército Unido participó en las operaciones
que condujeron al triunfo de los republicanos en la batalla de Junín (6.8.1824)
y en las operaciones que siguieron hasta alcanzar las tropas el territorio de
Andahuailas. Allí recibió de Bolívar el encargo de la conducción de las
operaciones finales de la campaña libertadora del Perú; tal decisión se originó
en la ley del Congreso de Colombia del 28 de julio de 1824, que no sólo
revocaba las facultades extraordinarias que antes habían sido conferidas a
Bolívar, sino que le retiraba el mando de las tropas grancolombianas existentes
en el Perú. A fines de octubre de ese año desde Cuzco lanzan su ofensiva los
realistas contra el Ejército Unido Libertador.
Sucre maniobra para evitar el
tener que librar combate en condiciones desventajosas y traslada sus fuerzas al
campo de Ayacucho donde hace frente a los realistas el 9 de diciembre, con
victoria para las armas republicanas, tras la cual los vencidos se entregan
mediante una capitulación concedida por Sucre. Fue la última batalla del
proceso emancipador. Bajo las órdenes de Sucre combatió una efectiva
representación de la unidad continental en oficiales provenientes de Venezuela,
Colombia, Ecuador, Panamá, Guatemala, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay,
Paraguay, Brasil, Curazao, Puerto Rico y México; además de otros procedentes de
distintas naciones de Europa. Bolívar, quien redacta y publica en 1825 su
Resumen sucinto de la vida del general Sucre, único trabajo en su género
realizado por el Padre de la Patria, no escatima elogios ante la hazaña
culminante de su fiel lugarteniente: "...La batalla de Ayacucho es la
cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de
ella ha sido perfecta, y su ejecución divina [...] Las generaciones venideras
esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el
trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y
el imperio sagrado de la naturaleza..."Bolívar reitera con énfasis:
"...El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos
del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de
los Incas.
La posteridad representará a
Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos
la cuna de Manco-Cápac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su
espada..."El Congreso de Colombia hizo entonces a Sucre general en jefe, y
el Congreso del Perú le dio el grado de Gran Mariscal de Ayacucho, equivalente
al de general en jefe de Colombia.
Óleo
de la Batalla de Ayacucho, una obra de Martín Tovar y Tovar
A raíz de la victoria de Ayacucho
Sucre entra triunfante en el Cuzco y liberta después las provincias del Alto
Perú. En 1825 convoca a los representantes de dichas provincias para reunirse
en asamblea, y con la aquiescencia de Bolívar ésta decide la creación de
Bolivia, nueva República (6.8.1825), de la cual Sucre será elegido presidente posteriormente.
Es significativa la obra cumplida
por el mariscal Sucre en Bolivia, especialmente en la organización de la
Hacienda Pública y de la administración general. Se empeñó en promover la
libertad de los esclavos y el reparto de tierras a los indios, y sobre todo en
beneficio de la educación y la cultura. Ante el Congreso fue categórico al
declarar que: "Persuadido de que un pueblo no puede ser libre, si la
sociedad que lo compone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un
cuidado especial a la educación pública".
En el transcurso de las 13
semanas que van del 3 de febrero al 5 de mayo de 1826, dio a Bolivia 13
decretos referentes a la creación de colegios de ciencias y artes, más
institutos para huérfanos y huérfanas en todos los departamentos, y a
establecer escuelas primarias en todos los cantones de la República. La
historia recoge la cuenta de su orgullo: "La educación pública es lo que
ha hecho más progresos. Los colegios quedan establecidos y marchan bien en
todas las capitales de los departamentos, donde también se han abierto escuelas
de enseñanza mutua que adelantan rápidamente [...] Para la enseñanza, el
gobierno ha dado un plan de estudios análogo a la ilustración del siglo".
En cambio, no hay acuerdo entre
Sucre como gobernante y Simón Rodríguez como educador, lo cual no permite el
desarrollo de los proyectos del segundo en Bolivia.
En su gestión política vuelve a
hacer gala repetidas veces de aquella su característica ecuanimidad y de su
recto sentido de justicia, los mismos que habían animado su disposición, en La
Paz, 1825, para "...que se publique un bando en todos los departamentos
invitando a los ciudadanos para que aquellos que crean no les he administrado
justicia o tengan alguna otra queja contra mÍ como funcionario público, la
eleven a S.E. el Libertador en términos legales, en el concepto de que a más de
que S.E. les hará la justicia que les corresponda, les ofrezco no tener jamás
el menor resentimiento por ello ni reclamo alguno, y sÍ una satisfacción viendo
empiezan a disfrutar de la libertad por que tantos sacrificios han hecho, y que
son ciudadanos dignos de vivir bajo de leyes cuyo cumplimiento saben exigir de
los magistrados..."Los sucesos de anarquía militar y política que agitan a
la nueva y confundida nación tienen su clímax en el motín de Chuquisaca donde
Sucre resulta herido en el brazo derecho (18.4.1828). Por entonces envía poder
para contraer matrimonio en Quito con Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de
Solanda (20 abril). En agosto emprende marcha hacia su hogar, y al llegar se
establece en Quito.
El héroe independentista
venezolano Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho; y su esposa, la
quiteña Mariana Carcelén de Guevara, Marquesa de Solanda y Villarocha.
En 1829 la República requiere sus
servicios para mandar el ejército que debe enfrentar la ofensiva peruana en el
sur del Ecuador. Triunfa en la batalla de TarquÍ (27.2.1829) y ofrece a los
vencidos una capitulación que es modelo de generosa fraternidad americanista,
fiel a su lema que "Nuestra justicia era la misma antes y después de la
batalla". Su hija Teresita, que vivirá sólo 2 años, nació el 10 de julio
de 1829. En La Paz había nacido un hijo natural suyo y de Rosalía Cortés, José
María, el 13 de enero de 1826. La provincia de Cumaná, a la que guardó
permanente afecto lo escogió como su representante al Congreso. En camino a
Bogotá tiene conocimiento de la agitación separatista que José Antonio Páez
fomenta en Venezuela.
En la difícil circunstancia de 1830,
se destaca en el quehacer político por su consecuencia hacia la persona y la
obra de Bolívar. El Congreso Admirable, reunido en Bogotá, lo elige su
presidente en enero de ese año; en febrero, el mismo cuerpo le encarga una
misión conciliadora ante el Gobierno de Venezuela; le acompañan José María
Estévez, obispo de Santa Marta y vicepresidente del Congreso, y el diputado
Francisco Aranda. A mediados de marzo la comisión ha llegado a territorio
venezolano, pero por la imposición del Gobierno de Venezuela tiene que regresar
a la Villa del Rosario de Cúcuta, donde se llevan a cabo las conversaciones,
que duran 4 días, sin lograrse resultados positivos.
Sucre regresa a Bogotá, mientras
la situación se agrava y la obra de Bolívar se fragmenta. Cuando va de vuelta a
encontrarse con su familia en Quito, el mariscal Antonio José de Sucre es
asesinado, a traición, en la montaña de Berruecos (sur de Colombia), el 4 de
junio de 1830, José María Obando fue señalado como autor intelectual y Apolinar
Morillo como ejecutor del crimen.
“La muerte de Sucre en Berruecos". Óleo sobre tela de Arturo Michelena. (1895)
La vida
de Sucre fue un luchar continuo. Combatía contra las fallas humanas, contra los
elementos, contra las distancias. Su preocupación por los servicios, por la
eficiencia administrativa, llenó muchas de sus horas.
Fue
indoblegable en su actitud vigilante por la probidad. Castigaba sin vacilar,
con rigor extremo, crímenes, vicios y corruptelas, pero fue magnánimo con
enemigos y adversarios vencidos. Sobre todo resaltan en Sucre sus conceptos del
patriotismo americano, del honor, de la gratitud y la lealtad. En la última
carta de Antonio José de Sucre a Simón Bolívar, escrita en Bogotá el 8 de mayo
de 1830, consta "...el dolor de la más penosa despedida...", y así de
su propia mano escribe: "No son palabras las que pueden fácilmente explicar
los sentimientos de mi alma respecto a Vd.: Vd. los conoce, pues me conoce
mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado
el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte
que nos quepa, y me lisonjeo que Vd. me conservará siempre el aprecio que me ha
dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo.
José Antonio de Sucre. Fortaleza de
Castillo Real Felipe. Sala de Gobernador. Callao Lima
Adiós, mi
general, reciba Vd. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me
hace verter la ausencia de Vd. Sea Vd. feliz en todas partes y en todas partes
cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado
amigo"
Su primera sepultura estuvo al pie de un árbol, a pocos
metros donde Sucre cayera de su cabalgadura, abatido por los disparos de sus
asesinos, en un estrecho sendero; húmedo y tenebroso “todo tupido de musgos y
helechos”, de un lugar llamado “El Cabuyal” en la serranía de Berruecos. Días
después y por disposición de su viuda Doña Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa
de Solanda, fue trasladado sigilosamente en un guardarropa de madera hasta la
hacienda “El Dean” cerca de quito, donde sus restos fueron colocados en un
ataúd y sepultados bajo el altar del oratorio. Años mas tarde sus restos fueron
exhumados con igual sigilo y trasladados al monasterio de religiosas del Carmen
Moderno, no sin antes juntarse con los restos de su pequeña hija Teresa, muerta
después del asesinato de su padre.
Hasta el año de 1900; tuvo que
transcurrir mucho tiempo, para que los restos mortales del Gran Mariscal,
hallaran definitivo descanso en la cripta de la Catedral de Quito.Se ha planteado repatriar sus
restos a su patria,Venezuela,
para ser colocado en altar que para él está diseñado en elPanteón Nacional, enCaracas.
Monumento a
Antonio José de Sucre en el Panteón Nacional de Venezuela
Firma de Antonio
José de Sucre, realizado en inkscape por David Torres Costales
RESUMEN SUCINTO DE LA VIDA DEL GENERAL SUCRE ESCRITO POR EL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR
El general Antonio José de Sucre nació en la
ciudad de Cumaná, en las provincias de Venezuela, el año de 1795, de padres
ricos y distinguimos.
Recibió su primera educación en la capital,
maracas. En el año de 1808 principió sus estudios de matemáticas para seguir la
carrera de ingeniero. Empezada la revolución se dedicó a esta arma y mostró
desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hicieron
sobresalir entre sus compañeros. Muy pronto empezó la guerra, y desde luego el
General Sucre salió a campaña. Sirvió a las órdenes del General Miranda con
distinción en los años 11 y 12. Cuando los generales Mariño, Piar, Bermúdez y
Valdés emprendieron la reconquista de su patria, en el año de 13, por la parte
oriental, el joven Sucre les acompañó a una empresa la más atrevida y
temeraria. Apenas un puñado de valientes que no pasaban de ciento, intentaron y
lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se distinguía por su
infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor.
En los célebres campos de Maturín y Cumaná se
encontraba de ordinario al lado de Los más audaces, rompiendo las filas
enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de
voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios
mayores. Quinientos paisanos armados, mandados por el intrépido Piar,
destrozaron a ocho mil españoles en tres combates en campo raso. El general
Sucre era uno de los que se distinguían en medio de estos héroes.
El general Sucre sirvió el E.M.G. del
Ejército de Oriente desde el año de 1816 hasta el de 1817, siempre con aquel
celo, talento y conocimientos que lo han distinguido tanto. Él era el alma del
ejército en que servía. Él metodizaba todo: él lo dirigía todo, más, con esa
modestia, con esa gracia, con que hermosea cuanto ejecuta. En medio de las
combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el
general Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejero, de
guía, sin perder nunca de
vista la buena causa y el buen camino. Él era el azote del desorden y, sin
embargo, el amigo de todos. Su adhesión al Libertador y al Gobierno lo ponía a
menudo en posiciones difíciles, cuando los partidos domésticos encendían los
espíritus.
El general Sucre quedaba en la tempestad
semejante a una roca, combatida por las olas, clavados los ojos en su patria, y
sin perder, no obstante, el aprecio y amor de los que combatía. Después de la
batalla de Boyacá, el general Sucre fue nombrado Jefe del Estado Mayor General
Libertador, cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. En esta
capacidad asociado al general Briceño y al coronel Pérez, negoció el armisticio
y regularización de la guerra con el general Morillo el año de 1820. Este
tratado es digno del alma del general Sucre: la benignidad, la clemencia, el
genio de la beneficencia lo dictaron: él será eterno como el más bello
monumento de la edad aplicada a la guerra: él será eterno como nombre del
vencedor de Ayacucho.
Luego fue destinado desde Bogotá a mandar
división de tropas que el Gobierno de Colombia puso a sus órdenes para auxiliar
a Guayaquil, que había insurreccionado contra el Gobierno español. Allí Sucre
desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz. Dos derrotas consecutivas
pusieron a Guayaquil al lado del abismo. Todo estaba perdido en fuella época:
nadie esperaba salud, sino en un prodigio de la buena suerte. Pero el general
Sucre hallaba en Guayaquil, y bastaba su presencia para hacerlo todo. El pueblo
deseaba librarse de esclavitud: el general Sucre dirigió este noble deseo con
acierto y con gloria. Triunfa en Yaguachi, y libra así a Guayaquil. Después un
nuevo ejército se presentó
en las puertas de esta misma ciudad, vencedor y fuerte. El general Sucre lo
conjuró, lo rechazó sin combatirlo. Su política logró lo que sus armas no
habían alcanzado. La destreza del general Sucre obtuvo un armisticio del
general español, que en realidad era una victoria.
Gran parte de la batalla de Pichincha se debe
a esta hábil negociación; porque sin ella, aquella célebre jornada no habría
tenido lugar. Todo habría sucumbido entonces, no teniendo a su disposición el
general Sucre medios de resistencia. El General Sucre formó, en fin, un
ejército restable durante aquel armisticio con las tropas e levantó en el país,
con las que recibió del Gobierno de Colombia y con la división del general
Santa Cruz que obtuvo del Protector del Perú, por resultado de su incansable
perseverancia en solicitar por todas partes enemigos a los españoles poseedores
de Quito. La campaña que terminó la guerra del Sur de Colombia, fue dirigida y
mandada en persona por el general Sucre; en ella mostró sus talentos y virtudes
militares; superó dificultades que parecían invencibles; la naturaleza le
ofrecía obstáculos, privaciones y penas durísimas. Mas a todo sabía remediar su
genio fecundo.
La batalla de Pichincha consumó la obra de su
celo, de su sagacidad y de su valor. Entonces fue nombrado premio de sus
servicios, General de División e Intendente del Departamento de Quito. Aquellos
pueblos veían en él su Libertador, su amigo; mostraron más satisfechos del jefe
que les era atinado, que de la libertad misma que recibían de sus manos. El
bien dura poco; bien pronto lo perdieron. La pertinaz ciudad de Pasto se
subleva poco después de la capitulación que les concedió el Libertador con una
generosidad sin ejemplo en guerra.
La de Ayacucho que acabamos de ver con
asombro no le era comparable. Sin embargo, este pueblo ingrato y pérfido obligó
al general Sucre a marchar contra él, a la cabeza de algunos batallones y
escuadrones de la guardia colombiana. Los abismos, los torrentes, los
escarpados precipicios de Pasto fueron franqueados por los invencibles soldados
de Colombia. El general Sucre los guiaba, y Pasto fue nuevamente reducido al
deber. El general Sucre, bien pronto fue destinado a una doble misión, militar
y diplomática cerca de este Gobierno, cuyo objeto era hallarse al lado del
Presidente de la República para intervenir en la ejecución de las operaciones
de las tropas colombianas auxiliares del Perú. Apenas llegó a esta capital,
cuando el Gobierno del Perú le instó, repetida y fuertemente, para que tomase
el mando del ejército unido; él se denegó a ello, siguiendo su deber y su
propia moderación, hasta que la aproximación del enemigo con fuerzas muy
superiores convirtió la aceptación del mando en una honrosa obligación.
Todo estaba en desorden; todo iba a sucumbir
sin el jefe militar que pusiese en defensa la plaza del Callao, con las fuerzas
que ocupaban esta capital. El general Sucre tomó, a su pesar, el mando. El
Congreso que había sido ultrajado por el presidente Riva-Agüero, depuso a este
magistrado luego que entró en El Callao, y autorizó al general Sucre para que
obrase militar y políticamente como Jefe Supremo. Las circunstancias eran
terribles, urgentísimas: no había que vacilar sino obrar con decisión. El general
Sucre renunció, sin embargo, el mando que le confería el Congreso, el que
siempre insistía con mayor ardor en el mismo empeño, como que era él el único
hombre que podía salvar la patria en aquel conflicto tan tremendo. El Callao
encerraba la caja de Pandora, y al mismo tiempo era un caos. El enemigo estaba
a las puertas con fuerzas dobles;
la plaza no estaba preparada para un sitio: los cuerpos de ejército que la
guarnecían eran de diferentes Estados; de diferentes partidos; el Congreso y el
Poder Ejecutivo luchaban de mano armada; todo el mundo mandaba en aquel lugar
de confusión, y al parecer el general Sucre era responsable de todo.
Él, pues, tomó la resolución de defender la
plaza, con tal que las autoridades supremas la evacuasen, como ya se había
determinado de antemano por parte del Congreso y del Poder Ejecutivo. Aconsejó
a ambos cuerpos que se entendiesen y transigiesen diferencias en Trujillo, que
era el lugar designado para su residencia. El general Sucre tenía órdenes
positivas de su Gobierno de sostener al del Perú, pero de abstenerse de
intervenir en sus diferencias intestinas; ésta fue su conducta invariable,
observando religiosamente sus instrucciones. Por lo mismo, ambos partidos se
quejaban de indiferencia, de indolencia, de apatía por parte del general de
Colombia, que si había tomado el mando militar, había sido con suma
repugnancia, y sólo por complacer a las autoridades peruanas; pero bien
resuelto a no ejercer otro mando que el estrictamente militar. Tal fue su
comportamiento en medio de tan difíciles circunstancias. El Perú puede ir si la
verdad dicta estas líneas.
Las operaciones del general Santa Cruz en el
Alto Perú habían empezado con buen suceso y esperanzas probables. El general
Sucre había recibido órdenes de embarcarse con cuatro mil hombres de las tropas
aliadas, hacia aquella parte. En efecto, dirige su marcha con tres mil
colombianos y chilenos: desembarca en el puerto de Quilca y toma la ciudad de
Arequipa. Abre comuniones con el general Santa Cruz que se hallaba el Alto
Perú: a pesar de no recibir demanda alguna de dicho general de auxilios,
dispone todo para obrar inmediatamente contra el enemigo común. Sus tropas habían
llegado muy estropeadas, como todas las que hacen la misma navegación: los
caballos y bagajes, había costado una inmensa dificultad obtenerlos: las tropas
Chile se hallaban desnudas, y debieron vestirse antes de emprender una campaña
rigurosa. Sin embargo todo se efectuó en pocas semanas. Ya la división del
general Sucre había recibido parte del general Santa Cruz, que le llamaba en su
auxilio, y algunas horas después de la recepción de este parte estaba en
marcha, cuando se recibió el triste anuncio de la disolución de la mayor parte
de la división peruana en las inmediaciones del Desaguadero. Por entonces todo
cambiaba de aspecto.
Era, pues, indispensable mudar de plan. El
general Sucre tuvo una entrevista con el general Santa Cruz en Moquegua, y allí
combinaron sus ulteriores operaciones. La división que mandaba el general Sucre
vino a Pisco, y de allí pasó por orden del Libertador, a Supe para oponerse a
los planes de Riva-Agüero que obraba de concierto con los españoles. En estas
circunstancias el general Sucre instó al Libertador para que le permitiese ir a
tomar valle de Jauja con las tropas de Colombia, para oponerse allí al general
Canterac que venía del Sur. Riva-Agüero había ofrecido cooperar a esta
maniobra; mas su perfidia pretendía engañarnos. Su intento era dilatarla hasta
que llegasen españoles, sus auxiliares. Tan miserable treta no podía alucinar
al Libertador, que la había previsto con anticipación, o más bien que la conocía
por documentos interceptados de los traidores y los enemigos. El general Sucre
dio en aquel momento brillante testimonio de su carácter generoso.
Riva-Agüero lo había calumniado atrozmente:
lo suponía autor de los decretos del Congreso; el agente de la ambición del
Libertador; el instrumento de su ruina. No obstante esto, Sucre ruega
encarecida y ardientemente al Libertador; para que no lo emplee en la campaña contra Riva-Agüero, ni aun
como simple soldado; apenas se pudo conseguir de él que siguiese como
espectador, y no como Jefe del ejército unido; su resistencia era absoluta. Él
decía que de ningún modo convenía la intervención de los auxiliares en aquella
lucha, e infinitamente menos la suya propia, porque se le suponía enemigo
personal de Riva-Agüero, y competidor al mando. El Libertador cedió con
infinito sentimiento, según se dijo a los vehementes clamoreos del general
Sucre. Él tomó en persona el mando del ejército, hasta que el general La Fuente
por su noble resolución de ahogar la traición de un jefe, y la guerra civil de
su patria, prendió a Riva-Agüero y a sus cómplices.
Entonces el general Sucre volvió a tomar el
mando del ejército; lo acantonó en la provincia de Huailas donde se le ordenó;
allí su economía desplegó todos sus recursos para mantener con comodidad y
agrado las tropas de Colombia. Hasta entonces aquel departamento había
producido muy poco o nada al Estado. Sin embargo el general Sucre establece el
orden más estricto para la subsistencia del ejército, conciliando a la vez el sacrificio
de los pueblos y disminuyendo el dolor de las exacciones militares con su
inagotable bondad y con su infinita dulzura. Así fue que el pueblo y el
ejército se encontraron tan cuanto las circunstancias lo permitían. Sucre tuvo
orden de hacer un reconocimiento de la frontera, como lo efectuó con el esmero
que acostumbra, y dictó aquellas providencias preparatorias que debían
servirnos para realizar la próxima campaña. Cuando la traición del Callao y de
Torre-Tagle llamó a los enemigos a Lima, el general Sucre recibió órdenes de
contrarrestar el complicado sistema de maquinaciones pérfidas que se extendió
en todo el territorio contra la libertad del país, la gloria del Libertador y
el honor de los colombianos.
El general Sucre combatió con suceso a todos
los adversarios de la buena causa; escribió con sus manos resmas de
papel para impugnar a
los enemigos del Perú y de la libertad; para sostener a los buenos, para
confortar a los que empezaban a desfallecer por los prestigios del error
triunfante. El general Sucre escribía a sus amigos que más interés había tomado
por la causa del Perú, que por una que le fuese propia o perteneciese a su
familia. Jamás había desplegado un celo tan infatigable; mas sus servicios no
se vieron burlados: ellos lograron retener en la causa de la patria, a muchos
que la habrían abandonado sin el empeño generoso de Sucre. Este general tomó al
mismo tiempo a su cargo la dirección de los preparativos que produjeron el
efecto maravilloso de llevar el ejército al valle de Jauja por encima de los
Andes, helados y desiertos. El ejército recibió todos los auxilios necesarios
debidos, sin duda, tanto a los pueblos peruanos que los prestaban como al jefe
que los había ordenado tan oportuna y discretamente. El general Sucre después de
la acción de Junín se consagró de nuevo a la mejora y alivio del ejército.
Los hospitales fueron provistos por él, y los
piquetes que venían de alta al ejército, eran auxiliados por el mismo general:
estos cuidados dieron al ejército dos mil hombres, que quizá habrían perecido
en la miseria sin el esmero del que consagraba sus desvelos a tan piadoso
servicio. Para el general Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la
patria, parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón:
él es el general del soldado. Cuando el Libertador lo dejó encargado de
conducir la campaña durante el invierno que entraba, el general Sucre desplegó
todos los talentos superiores que lo han conducido a obtener la más brillante
campaña de cuantas forman la gloria de los hijos del nuevo mundo. La marcha del
ejército unido desde la provincia de Cochabamba hasta Huamanga, es una
operación insigne, comparable quizá a la más grande que presenta la historia militar.
Nuestro ejército era inferior en mitad al
enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el nuestro. Nosotros
nos veíamos forzados a desfilar sobre riscos, gargantas, ríos, cumbres,
abismos, siempre en presencia de un ejército enemigo, y siempre superior. Esta
corta, pero terrible campaña, tiene un mérito que todavía no es bien conocido
en su ejecución: ella merece un César que la describa. La batalla de Ayacucho
es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La
disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles
y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un
enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la
desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante Waterloo, que decidió
del destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las
generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y
contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el
ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza.
El general Sucre es el padre de Ayacucho: es
el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que
envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre
con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la
cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada.
Lima: 1825
Tomado de la Edición de la
Academia Nacional de la Historia en
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