martes, 8 de febrero de 2011

EL GENERAL ANTONIO JOSÉ DE SUCRE



 EL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO


Martín Tovar y Tovar (1827 - 1902) - Salón Elíptico del capitolio Nacional. Oleo sobre tela. Palacio Federal Legislativo, Caracas - Venezuela


Nace en Cumaná (actual, Edo. Sucre) el 3 de febrero de 1795 y es asesinado en Berruecos (Colombia) el 4 de junio de 1830.

Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá, Perdió a su madre a los siete años de edad. Aún adolescente fue enviado a Caracas al cuidado de su padrino el arcediano de la catedral, presbítero Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios de ingeniería militar en la Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano Pedro y otros jóvenes, integró como cadete la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, unidad organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño, gobernador de la provincia de Cumaná.

Oficial (general en jefe) del Ejército de Venezuela, Colombia y Ecuador, Gran Mariscal de Ayacucho (Perú). Presidente de Bolivia. Político y estadista. Hijo del teniente Vicente de Sucre y Urbaneja y de María Manuela de Alcalá y Sánchez. Se le considera el militar más completo y cabal de los próceres de nuestra Independencia. Fue un paradigma en el estricto cumplimiento de su deber; era inflexible, duro y justo. Su padre, sus 2 abuelos y 4 bisabuelos y los más de sus tatarabuelos, fueron militares. Perdió su madre a los 7 años. Adolescente fue enviado a Caracas al cuidado de su padrino el arcediano de la catedral, presbítero Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios de ingeniería militar en la Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano Pedro y otros jóvenes, integró como cadete la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, unidad organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño, gobernador de la provincia de Cumaná.

En 1810, la Junta de Gobierno de Cumaná le confiere el empleo de subteniente de milicias regladas de infantería. Este grado fue ratificado por la Junta Suprema de Caracas el 6 de agosto de ese mismo año. En 1811 desempeña en Margarita el cargo de comandante de ingenieros. El 31 de julio de ese año recibió el despacho de teniente. En 1812 se halla en Barcelona, en calidad de comandante de la artillería. Allí, el 3 de julio del citado año, junto con otros ciudadanos notables, firmó el acta de la junta de guerra que se reunió aquel día para resolver lo conducente a la seguridad de la República, a raíz de los acontecimientos en Caracas (ofensiva de Domingo de Monteverde) y la ocupación de Cúpira por un grupo de partidarios de Fernando VII.

Tras la capitulación del general Francisco de Miranda regresó a Cumaná, donde el nuevo gobernador realista Emeterio Ureña le extendió pasaporte para que se trasladase a Trinidad; pero no consta que hiciera uso de dicho documento. En 1813, bajo las órdenes del general Santiago Mariño, integra el grupo de republicanos conocido como los "libertadores de oriente" y participa en las operaciones para la liberación de aquella parte de Venezuela. Como edecán del general Mariño, en 1814, asiste a la conjunción de las fuerzas de oriente con las de occidente en los valles de Aragua. Ese año, su hermano Pedro fue fusilado en La Victoria por los realistas; y víctimas de José Tomás Boves mueren en Cumaná sus hermanos Vicente y Magdalena.

No menos de 14 parientes inmediatos perecerán en la Guerra de Independencia. En 1815, tras combatir bajo las órdenes del general José Francisco Bermúdez en Maturín, pasa a Margarita y escapando del general Pablo Morillo, sigue a las Antillas y Cartagena. En esta plaza, con Lino de Pombo de jefe inmediato, dirige los trabajos de fortificación para la defensa de la ciudad contra el asedio realista. En diciembre está en Haití. Cuando regresaba después a Venezuela naufraga en el golfo de Paria. En 1816, Mariño lo nombra jefe de su Estado Mayor y lo asciende a coronel. Este mismo jefe lo designa en 1817 comandante de la provincia de Cumaná. Ese año, después del Congreso de Cariaco (8 mayo) desconoce la actuación de dicho cuerpo y autoridad de Mariño y se traslada a Guayana, donde se pone bajo las órdenes de Simón Bolívar. El 17 de septiembre de ese mismo año recibió de Bolívar la designación de gobernador de la Antigua Guayana y comandante general del Bajo Orinoco; y también el encargo de organizar un batallón con el nombre Orinoco.

Empezaba su carrera de gobierno en la cual desempeñaría todos los cargos de la Administración civil hasta presidente de la República en Bolivia. El 7 de octubre del mismo año (1817) recibió el nombramiento de jefe de Estado Mayor de la división de la provincia de Cumaná, bajo las órdenes del general Bermúdez, nombrado comandante de la citada gran unidad. Estos nombramientos tenían, además la finalidad de reducir la disidencia que reinaba en Cumaná. "El general Bermúdez y Vd. van a hacer cosas grandes en Cumaná y quizás algún día serán llamados los salvadores de su país", dijo Bolívar a Sucre en aquella ocasión.




Arturo Michelena, "Retrato ecuestre de Bolívar (Bolívar en Carabobo)", París, 1888, óleo/tela, 305 x 211 cm. Palacio del Gobierno del Estado Carabobo, Valencia, Venezuela.




En agosto de 1819 fue ascendido a general de brigada por el vicepresidente de Venezuela, Francisco Antonio Zea; grado que será ratificado por Bolívar el 16 de febrero de 1820. Viaja a las Antillas comisionado para adquirir material de guerra; misión que cumple con éxito. Ese mismo año desempeña, interinamente, la cartera de Guerra y Marina y es jefe titular del Estado Mayor General. Fue uno de los comisionados para concertar los Tratados de Trujillo (Armisticio y Regularización de la Guerra) que en noviembre de 1820 suscribieron los generales Bolívar y Pablo Morillo. 

Era su primera empresa diplomática, inicio de otra carrera en la cual también descuella con su brillo habitual. De este instrumento regularizador de la contienda, el cual representa un notable hito en el derecho internacional, dirá Bolívar que fue "...el más bello monumento a la piedad aplicada a la guerra"

El 11 de enero de 1821, en Bogotá, fue nombrado por Bolívar comandante del Ejército del Sur, en reemplazo del general Manuel Valdés; era la fuerza que, desde 1820, operaba en Popayán y Pasto. No recibió Sucre el cargo porque razones de Índole estratégica y política hicieron que Bolívar anulase tal designación y le diese comisión para marchar a Guayaquil, donde reemplazaría al general José Mires y asumiría la misión que se le había encomendado: la de hacer que la provincia (la cual se había independizado de los españoles en octubre de 1820) se incorporase a la República de la Gran Colombia y tomar el mando de las tropas que hubiese en Guayaquil, como pasos previos para la liberación de Quito, que era el propósito principal de las operaciones que se ejecutasen.

El 6 de abril llegó Sucre a Guayaquil y al presentarse ante la Junta de Gobierno, expuso la razón de su presencia allí y de la idea de una unión de la provincia con Colombia. El 15 del mismo mes fue celebrado un tratado entre Sucre (por Colombia) y José Joaquín de Olmedo, Francisco Roca y Rafael Jimena, miembros de la Junta. El tratado estipulaba que Guayaquil mantendría su soberanía, pero bajo la protección de Colombia. En aquella oportunidad Sucre quedó facultado para abrir la campaña contra los realistas, y con tal motivo, Guayaquil le ofreció todos los recursos disponibles. 

En julio de 1821, el mariscal de campo Melchor Aymerich, a la cabeza de una columna de 1.700 hombres abrió operaciones contra Guayaquil, por Guaranda, Babahoyo y Yaguachi; acción combinada con la ejecutada por el coronel Francisco González con 1.000 hombres, por Cuenca hacia Yaguachi.

El 7 de agosto se movió Sucre con unos 1.000 infantes y 200 jinetes, contra la columna de González a quien derrotó el 19 del mismo mes en la batalla de Yaguachi. Sucre contramarchó para enfrentar a Aymerich; pero éste, rehusando el combate, se retiró a Sabaneta y después a Guaranda, bajo la persecución de una unidad republicana. Sucre aprovecha la victoria de Yaguachi para instar nuevamente a la Junta de Gobierno para que defina la suerte de Guayaquil. El 3 de septiembre, la Junta se pronunció en favor de la unión con Colombia; pero no se hizo efectiva debido a la indecisión de Rafael Jimena y a la hostilidad hacia Colombia del coronel Francisco Roca. La situación política de Guayaquil quedó en suspenso. En septiembre del mismo año emprendió Sucre operaciones contra la columna de Aymerich, y en su avance fue derrotado por la columna de Francisco González en Huachi el 12 de septiembre.


Sucre se retiró a Guayaquil, donde reconstituyó sus fuerzas y las aumentó con las tropas reclutadas en la provincia y con las que llegaron de Colombia en octubre de ese año. Para diciembre la situación política de Guayaquil se tornó un tanto delicada por la llegada de los generales Francisco Salazar y José de La Mar, procedentes del Perú; el primero como embajador del Perú y el segundo con el propósito de tomar el mando en la provincia y sus fuerzas militares. Ambos agentes desarrollaron actividades en favor de la causa peruana, lo cual activó el espíritu del partido contrario, cuya consecuencia fue la decisión de Porto Viejo, el 16 de diciembre, cuando declaró su incorporación a Colombia, ejemplo seguido por las localidades de Jipijapa y Manabí.



Carta de la República de Colombia dividida en 12 departamentos en 1824.
Tomado del "Atlas físico y político de la República de Venezuela", 1840. Autor: Agustín Codazzi


La Junta nombró a La Mar gobernador de la provincia y le confió el encargo de someter por la fuerza a los pueblos que se habían pronunciado por Colombia. Intervino Sucre y convenció a unos y a otros de que lo más importante era luchar contra el enemigo común y dejar de lado la contienda partidista para cuando la libertad estuviese consolidada. Inmediatamente Sucre envió como su delegado personal ante las autoridades republicanas de Lima al coronel Tomás de Heres, quien obtuvo el envío de tropas peruanas como ayuda a la empresa de Sucre. Estas tropas, mandadas por el coronel Andrés de Santa Cruz, recibieron el nombre de División Peruana. El éxito diplomático-político de Sucre en Guayaquil, el refuerzo de las tropas de Santa Cruz, la buena opinión que de Colombia se habían formado los guayaquileños y la información de la marcha de las fuerzas de Simón Bolívar hacia Pasto, pusieron a Sucre en condiciones favorables para la prosecución de las operaciones para la liberación de Quito.

Su plan general consideraba una concentración de fuerzas en el área comprendida entre Loja, Saraguro y Oña; en aquella zona debía unírsele la División Peruana. En coordinación con la concentración prevista actuaría una fuerza secundaria cuyo propósito era el de amenazar a Quito y las comunicaciones realistas con Riobamba. Esta misión la encomendó Sucre al teniente coronel Cayetano Cestari, quien desde Babahoyo fue a situarse en las inmediaciones de Latacunga, con 120 infantes y 40 jinetes. Desde Samborondón envió Sucre una pequeña fuerza bajo el mando del capitán José Antonio Pontón, hacia Alausí, a interceptar las comunicaciones realistas entre Cuenca y Riobamba. Las fuerzas realistas estaban constituidas por 3.000 hombres, distribuidos en Cuenca, Riobamba, Ambato y Quito. Por su parte Sucre disponía de 2 divisiones: una de Colombia y la otra de Perú.

A este conjunto dio el nombre de Ejército Unido, cuyo efectivo era del orden de los 2.500 hombres. A fines de enero de 1822 comenzó la operación y para mediados de febrero ya la mayor parte de las tropas republicanas estaba concentrada en Saraguro. Esta operación y la posterior ocupación de Cuenca se llevaron a cabo con relativa facilidad, gracias a las acciones de Cestari y Pontón. Después de algunos días en Cuenca, el general Sucre prosiguió su ofensiva hacia Riobamba, ciudad que fue tomada el 21 de abril. Días antes, el coronel Diego Ibarra, comandante de la vanguardia, había tomado contacto con los realistas en dicha localidad, y como consecuencia de ello, capturó unos prisioneros y puso en retirada las fuerzas que la guarnecían. El 29 de abril reanudó Sucre la marcha y el 2 de mayo tomó posesión de Latacunga donde permaneció 10 días en espera de 2 batallones procedentes de Panamá por mar, mandados por los coroneles José María Córdoba y Hermógenes Maza.


El 13 de mayo reanudaron los republicanos la marcha, y para evitar un ataque frontal, Sucre se desplazó por las faldas del Cotopaxi hasta alcanzar el valle de Chillo, separado de Quito por las alturas de Puengasi. Para neutralizar el envolvimiento planeado por Sucre, los realistas retrogradaron y entraron de nuevo en Quito el 16 de mayo. En conocimiento de que desde Pasto avanzaba una unidad realista en refuerzo de las tropas que se hallaban en Quito bajo las órdenes del mariscal de campo Melchor de Aymerich, Sucre envió al teniente coronel Cayetano Cestari en la dirección de Pasto a fin de retardar la marcha del refuerzo realista. Sucre, con el grueso, se puso en movimiento hacia los ejidos de Iñaquito, donde presentaría batalla a los realistas, con grandes posibilidades de éxito, vistas las ventajas que ofrecía el empleo de la caballería. Durante la ejecución de este desplazamiento se produjo la batalla en las faldas del volcán Pichincha, inmediatas a Quito, el 24 de mayo de 1822; en efecto, al percatarse Aymerich de la maniobra que realizaban los republicanos, marchó hacia el Pichincha y les presentó combate.

La Capitulación de la Batalla de Pichincha. Oleo sobre lienzo de Antonio Salas. (1822)

La victoria fue de Sucre, la cual fue completada con la capitulación que el jefe patriota concedió al mariscal Aymerich el 25 de mayo del mismo año. Con las operaciones cuyas acciones finales se produjeron en las faldas del Pichincha y en la ciudad de Quito, Sucre decidió a su favor la vacilante y delicada situación de Guayaquil; dio libertad al territorio que conforma hoy la República de Ecuador, y facilitó su incorporación a la Gran Colombia. El 18 de junio de ese año, Bolívar le asciende a general de división y lo nombra intendente del departamento de Quito.

Al frente de los destinos de Ecuador desarrolla una positiva obra de progreso: funda la Corte de Justicia de Cuenca y en Quito el primer periódico republicano de la época: El Monitor. Instala en esa ciudad la Sociedad Económica. De su actividad personal es buena prueba que, el día 6 de septiembre de 1822 expidió y firmó en Quito 52 comunicaciones. Interesado por la educación puede afirmar que halló en Cuenca 7 escuelas y dejó 20.

A comienzos de 1823 el Perú llama a Simón Bolívar para que se haga cargo de la empresa libertadora, pero ante la imposibilidad de viajar de inmediato, designó a Sucre y lo proveyó de las credenciales para las comisiones que debía cumplir en el Perú: pedir la ratificación del Tratado de Alianza concluido por los plenipotenciarios del Perú y Colombia el 6 de julio de 1822; proponer el plan de operaciones para la campaña que se debía desarrollar o reformar aquellos que estuviesen vigentes; permanecer en el país como agente diplomático, con libertad para intervenir en las operaciones militares, y a nombre de la República de Colombia podía garantizar cualquier tratado de evacuación del territorio que ocupaban las armas españolas, o de suspensión de hostilidades entre las fuerzas peruanas y realistas. El 10 de mayo de 1823 llegó a Lima y al día siguiente presentó credenciales, en momentos cuando el Perú hacía frente a una situación muy embarazosa, consecuencia de la inestabilidad política y del reciente fracaso de los republicanos en la primera campaña a Intermedios.

Por esta época se hacían los preparativos para una segunda campaña, también a Intermedios, en la cual, Sucre con la División Auxiliar (grancolombiana) debía marchar a la ciudad de Arequipa, donde actuaría en combinación con las acciones llevadas a cabo por el general Andrés de Santa Cruz. El 30 de mayo recibió Sucre el nombramiento de comandante del Ejército Unido, y el 21 de julio fue proclamado jefe supremo militar, cargo aceptado por Sucre con la condición de ejercerlo solamente en el teatro de la guerra.


A pesar de la victoria de Santa Cruz en la batalla de Zepita (25.8.1823), la campaña degeneró en fracaso. Sucre retornó a Lima, después de su retirada de Arequipa; operación muy elogiada por los críticos, particularmente Carlos Dellepiane, quien afirma: "Las atinadas disposiciones de Sucre en Arequipa, por medio de una retirada oportuna y voluntaria, le permitieron salvar parte del ejército, que si se hubiese empeñado, habría realizado el sacrificio más inútil..."

 Batalla de Junín. Óleo sobre lienzo. 
Oleo de Martín Tovar y Tovar (1827-1902)


El 1 de septiembre del mismo año llegó Bolívar al Perú, y desde el mismo día contó con la cooperación de Sucre en la ejecución de las múltiples tareas, tanto militares como políticas. En su condición de comandante general del Ejército Unido participó en las operaciones que condujeron al triunfo de los republicanos en la batalla de Junín (6.8.1824) y en las operaciones que siguieron hasta alcanzar las tropas el territorio de Andahuailas. Allí recibió de Bolívar el encargo de la conducción de las operaciones finales de la campaña libertadora del Perú; tal decisión se originó en la ley del Congreso de Colombia del 28 de julio de 1824, que no sólo revocaba las facultades extraordinarias que antes habían sido conferidas a Bolívar, sino que le retiraba el mando de las tropas grancolombianas existentes en el Perú. A fines de octubre de ese año desde Cuzco lanzan su ofensiva los realistas contra el Ejército Unido Libertador.

Sucre maniobra para evitar el tener que librar combate en condiciones desventajosas y traslada sus fuerzas al campo de Ayacucho donde hace frente a los realistas el 9 de diciembre, con victoria para las armas republicanas, tras la cual los vencidos se entregan mediante una capitulación concedida por Sucre. Fue la última batalla del proceso emancipador. Bajo las órdenes de Sucre combatió una efectiva representación de la unidad continental en oficiales provenientes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Guatemala, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Curazao, Puerto Rico y México; además de otros procedentes de distintas naciones de Europa. Bolívar, quien redacta y publica en 1825 su Resumen sucinto de la vida del general Sucre, único trabajo en su género realizado por el Padre de la Patria, no escatima elogios ante la hazaña culminante de su fiel lugarteniente: "...La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina [...] Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza..."Bolívar reitera con énfasis: "...El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas.


La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Cápac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada..."El Congreso de Colombia hizo entonces a Sucre general en jefe, y el Congreso del Perú le dio el grado de Gran Mariscal de Ayacucho, equivalente al de general en jefe de Colombia.


Óleo de la Batalla de Ayacucho, una obra de Martín Tovar y Tovar


A raíz de la victoria de Ayacucho Sucre entra triunfante en el Cuzco y liberta después las provincias del Alto Perú. En 1825 convoca a los representantes de dichas provincias para reunirse en asamblea, y con la aquiescencia de Bolívar ésta decide la creación de Bolivia, nueva República (6.8.1825), de la cual Sucre será elegido presidente posteriormente.

Es significativa la obra cumplida por el mariscal Sucre en Bolivia, especialmente en la organización de la Hacienda Pública y de la administración general. Se empeñó en promover la libertad de los esclavos y el reparto de tierras a los indios, y sobre todo en beneficio de la educación y la cultura. Ante el Congreso fue categórico al declarar que: "Persuadido de que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a la educación pública".

En el transcurso de las 13 semanas que van del 3 de febrero al 5 de mayo de 1826, dio a Bolivia 13 decretos referentes a la creación de colegios de ciencias y artes, más institutos para huérfanos y huérfanas en todos los departamentos, y a establecer escuelas primarias en todos los cantones de la República. La historia recoge la cuenta de su orgullo: "La educación pública es lo que ha hecho más progresos. Los colegios quedan establecidos y marchan bien en todas las capitales de los departamentos, donde también se han abierto escuelas de enseñanza mutua que adelantan rápidamente [...] Para la enseñanza, el gobierno ha dado un plan de estudios análogo a la ilustración del siglo".

En cambio, no hay acuerdo entre Sucre como gobernante y Simón Rodríguez como educador, lo cual no permite el desarrollo de los proyectos del segundo en Bolivia.

En su gestión política vuelve a hacer gala repetidas veces de aquella su característica ecuanimidad y de su recto sentido de justicia, los mismos que habían animado su disposición, en La Paz, 1825, para "...que se publique un bando en todos los departamentos invitando a los ciudadanos para que aquellos que crean no les he administrado justicia o tengan alguna otra queja contra mÍ como funcionario público, la eleven a S.E. el Libertador en términos legales, en el concepto de que a más de que S.E. les hará la justicia que les corresponda, les ofrezco no tener jamás el menor resentimiento por ello ni reclamo alguno, y sÍ una satisfacción viendo empiezan a disfrutar de la libertad por que tantos sacrificios han hecho, y que son ciudadanos dignos de vivir bajo de leyes cuyo cumplimiento saben exigir de los magistrados..."Los sucesos de anarquía militar y política que agitan a la nueva y confundida nación tienen su clímax en el motín de Chuquisaca donde Sucre resulta herido en el brazo derecho (18.4.1828). Por entonces envía poder para contraer matrimonio en Quito con Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de Solanda (20 abril). En agosto emprende marcha hacia su hogar, y al llegar se establece en Quito.


El héroe independentista venezolano Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho; y su esposa, la quiteña Mariana Carcelén de Guevara, Marquesa de Solanda y Villarocha.


En 1829 la República requiere sus servicios para mandar el ejército que debe enfrentar la ofensiva peruana en el sur del Ecuador. Triunfa en la batalla de TarquÍ (27.2.1829) y ofrece a los vencidos una capitulación que es modelo de generosa fraternidad americanista, fiel a su lema que "Nuestra justicia era la misma antes y después de la batalla". Su hija Teresita, que vivirá sólo 2 años, nació el 10 de julio de 1829. En La Paz había nacido un hijo natural suyo y de Rosalía Cortés, José María, el 13 de enero de 1826. La provincia de Cumaná, a la que guardó permanente afecto lo escogió como su representante al Congreso. En camino a Bogotá tiene conocimiento de la agitación separatista que José Antonio Páez fomenta en Venezuela. 

En la difícil circunstancia de 1830, se destaca en el quehacer político por su consecuencia hacia la persona y la obra de Bolívar. El Congreso Admirable, reunido en Bogotá, lo elige su presidente en enero de ese año; en febrero, el mismo cuerpo le encarga una misión conciliadora ante el Gobierno de Venezuela; le acompañan José María Estévez, obispo de Santa Marta y vicepresidente del Congreso, y el diputado Francisco Aranda. A mediados de marzo la comisión ha llegado a territorio venezolano, pero por la imposición del Gobierno de Venezuela tiene que regresar a la Villa del Rosario de Cúcuta, donde se llevan a cabo las conversaciones, que duran 4 días, sin lograrse resultados positivos.


Sucre regresa a Bogotá, mientras la situación se agrava y la obra de Bolívar se fragmenta. Cuando va de vuelta a encontrarse con su familia en Quito, el mariscal Antonio José de Sucre es asesinado, a traición, en la montaña de Berruecos (sur de Colombia), el 4 de junio de 1830, José María Obando fue señalado como autor intelectual y Apolinar Morillo como ejecutor del crimen.


“La muerte de Sucre en Berruecos". Óleo sobre tela de Arturo Michelena. (1895)

La vida de Sucre fue un luchar continuo. Combatía contra las fallas humanas, contra los elementos, contra las distancias. Su preocupación por los servicios, por la eficiencia administrativa, llenó muchas de sus horas.

Fue indoblegable en su actitud vigilante por la probidad. Castigaba sin vacilar, con rigor extremo, crímenes, vicios y corruptelas, pero fue magnánimo con enemigos y adversarios vencidos. Sobre todo resaltan en Sucre sus conceptos del patriotismo americano, del honor, de la gratitud y la lealtad. En la última carta de Antonio José de Sucre a Simón Bolívar, escrita en Bogotá el 8 de mayo de 1830, consta "...el dolor de la más penosa despedida...", y así de su propia mano escribe: "No son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Vd.: Vd. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Vd. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo.


José Antonio de Sucre. Fortaleza de Castillo Real Felipe. Sala de Gobernador. Callao Lima

Adiós, mi general, reciba Vd. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Vd. Sea Vd. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo"

Su primera sepultura estuvo  al pie de un árbol, a pocos metros donde Sucre cayera de su cabalgadura, abatido por los disparos de sus asesinos, en un estrecho sendero; húmedo y tenebroso “todo tupido de musgos y helechos”, de un lugar llamado “El Cabuyal” en la serranía de Berruecos. Días después y por disposición de su viuda Doña Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa de Solanda, fue trasladado sigilosamente en un guardarropa de madera hasta la hacienda “El Dean” cerca de quito, donde sus restos fueron colocados en un ataúd y sepultados bajo el altar del oratorio. Años mas tarde sus restos fueron exhumados con igual sigilo y trasladados al monasterio de religiosas del Carmen Moderno, no sin antes juntarse con los restos de su pequeña hija Teresa, muerta después del asesinato de su padre.

Hasta el año de 1900; tuvo que transcurrir mucho tiempo, para que los restos mortales del Gran Mariscal, hallaran definitivo descanso en la cripta de la Catedral de Quito. Se ha planteado repatriar sus restos a su patria, Venezuela, para ser colocado en altar que para él está diseñado en el Panteón Nacional, en Caracas.



Monumento a Antonio José de Sucre en el Panteón Nacional de Venezuela







Firma de Antonio José de Sucre, realizado en inkscape por David Torres Costales


RESUMEN SUCINTO DE LA VIDA DEL GENERAL SUCRE ESCRITO POR EL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR
El general Antonio José de Sucre nació en la ciudad de Cumaná, en las provincias de Venezuela, el año de 1795, de padres ricos y distinguimos.

Recibió su primera educación en la capital, maracas. En el año de 1808 principió sus estudios de matemáticas para seguir la carrera de ingeniero. Empezada la revolución se dedicó a esta arma y mostró desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hicieron sobresalir entre sus compañeros. Muy pronto empezó la guerra, y desde luego el General Sucre salió a campaña. Sirvió a las órdenes del General Miranda con distinción en los años 11 y 12. Cuando los generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés emprendieron la reconquista de su patria, en el año de 13, por la parte oriental, el joven Sucre les acompañó a una empresa la más atrevida y temeraria. Apenas un puñado de valientes que no pasaban de ciento, intentaron y lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor.

En los célebres campos de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de Los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores. Quinientos paisanos armados, mandados por el intrépido Piar, destrozaron a ocho mil españoles en tres combates en campo raso. El general Sucre era uno de los que se distinguían en medio de estos héroes.

El general Sucre sirvió el E.M.G. del Ejército de Oriente desde el año de 1816 hasta el de 1817, siempre con aquel celo, talento y conocimientos que lo han distinguido tanto. Él era el alma del ejército en que servía. Él metodizaba todo: él lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia, con que hermosea cuanto ejecuta. En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el general Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejero, de guía,  sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. Él era el azote del desorden y, sin embargo, el amigo de todos. Su adhesión al Libertador y al Gobierno lo ponía a menudo en posiciones difíciles, cuando los partidos domésticos encendían los espíritus.

El general Sucre quedaba en la tempestad semejante a una roca, combatida por las olas, clavados los ojos en su patria, y sin perder, no obstante, el aprecio y amor de los que combatía. Después de la batalla de Boyacá, el general Sucre fue nombrado Jefe del Estado Mayor General Libertador, cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. En esta capacidad asociado al general Briceño y al coronel Pérez, negoció el armisticio y regularización de la guerra con el general Morillo el año de 1820. Este tratado es digno del alma del general Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron: él será eterno como el más bello monumento de la edad aplicada a la guerra: él será eterno como nombre del vencedor de Ayacucho.

Luego fue destinado desde Bogotá a mandar división de tropas que el Gobierno de Colombia puso a sus órdenes para auxiliar a Guayaquil, que había insurreccionado contra el Gobierno español. Allí Sucre desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz. Dos derrotas consecutivas pusieron a Guayaquil al lado del abismo. Todo estaba perdido en fuella época: nadie esperaba salud, sino en un prodigio de la buena suerte. Pero el general Sucre hallaba en Guayaquil, y bastaba su presencia para hacerlo todo. El pueblo deseaba librarse de esclavitud: el general Sucre dirigió este noble deseo con acierto y con gloria. Triunfa en Yaguachi, y libra así a Guayaquil. Después un nuevo  ejército se presentó en las puertas de esta misma ciudad, vencedor y fuerte. El general Sucre lo conjuró, lo rechazó sin combatirlo. Su política logró lo que sus armas no habían alcanzado. La destreza del general Sucre obtuvo un armisticio del general español, que en realidad era una victoria.

Gran parte de la batalla de Pichincha se debe a esta hábil negociación; porque sin ella, aquella célebre jornada no habría tenido lugar. Todo habría sucumbido entonces, no teniendo a su disposición el general Sucre medios de resistencia. El General Sucre formó, en fin, un ejército restable durante aquel armisticio con las tropas e levantó en el país, con las que recibió del Gobierno de Colombia y con la división del general Santa Cruz que obtuvo del Protector del Perú, por resultado de su incansable perseverancia en solicitar por todas partes enemigos a los españoles poseedores de Quito. La campaña que terminó la guerra del Sur de Colombia, fue dirigida y mandada en persona por el general Sucre; en ella mostró sus talentos y virtudes militares; superó dificultades que parecían invencibles; la naturaleza le ofrecía obstáculos, privaciones y penas durísimas. Mas a todo sabía remediar su genio fecundo.

La batalla de Pichincha consumó la obra de su celo, de su sagacidad y de su valor. Entonces fue nombrado premio de sus servicios, General de División e Intendente del Departamento de Quito. Aquellos pueblos veían en él su Libertador, su amigo; mostraron más satisfechos del jefe que les era atinado, que de la libertad misma que recibían de sus manos. El bien dura poco; bien pronto lo perdieron. La pertinaz ciudad de Pasto se subleva poco después de la capitulación que les concedió el Libertador con una generosidad sin ejemplo en  guerra.

La de Ayacucho que acabamos de ver con asombro no le era comparable. Sin embargo, este pueblo ingrato y pérfido obligó al general Sucre a marchar contra él, a la cabeza de algunos batallones y escuadrones de la guardia colombiana. Los abismos, los torrentes, los escarpados precipicios de Pasto fueron franqueados por los invencibles soldados de Colombia. El general Sucre los guiaba, y Pasto fue nuevamente reducido al deber. El general Sucre, bien pronto fue destinado a una doble misión, militar y diplomática cerca de este Gobierno, cuyo objeto era hallarse al lado del Presidente de la República para intervenir en la ejecución de las operaciones de las tropas colombianas auxiliares del Perú. Apenas llegó a esta capital, cuando el Gobierno del Perú le instó, repetida y fuertemente, para que tomase el mando del ejército unido; él se denegó a ello, siguiendo su deber y su propia moderación, hasta que la aproximación del enemigo con fuerzas muy superiores convirtió la aceptación del mando en una honrosa obligación.

Todo estaba en desorden; todo iba a sucumbir sin el jefe militar que pusiese en defensa la plaza del Callao, con las fuerzas que ocupaban esta capital. El general Sucre tomó, a su pesar, el mando. El Congreso que había sido ultrajado por el presidente Riva-Agüero, depuso a este magistrado luego que entró en El Callao, y autorizó al general Sucre para que obrase militar y políticamente como Jefe Supremo. Las circunstancias eran terribles, urgentísimas: no había que vacilar sino obrar con decisión. El general Sucre renunció, sin embargo, el mando que le confería el Congreso, el que siempre insistía con mayor ardor en el mismo empeño, como que era él el único hombre que podía salvar la patria en aquel conflicto tan tremendo. El Callao encerraba la caja de Pandora, y al mismo tiempo era un caos. El enemigo estaba a las puertas con fuerzas   dobles; la plaza no estaba preparada para un sitio: los cuerpos de ejército que la guarnecían eran de diferentes Estados; de diferentes partidos; el Congreso y el Poder Ejecutivo luchaban de mano armada; todo el mundo mandaba en aquel lugar de confusión, y al parecer el general Sucre era responsable de todo.

Él, pues, tomó la resolución de defender la plaza, con tal que las autoridades supremas la evacuasen, como ya se había determinado de antemano por parte del Congreso y del Poder Ejecutivo. Aconsejó a ambos cuerpos que se entendiesen y transigiesen diferencias en Trujillo, que era el lugar designado para su residencia. El general Sucre tenía órdenes positivas de su Gobierno de sostener al del Perú, pero de abstenerse de intervenir en sus diferencias intestinas; ésta fue su conducta invariable, observando religiosamente sus instrucciones. Por lo mismo, ambos partidos se quejaban de indiferencia, de indolencia, de apatía por parte del general de Colombia, que si había tomado el mando militar, había sido con suma repugnancia, y sólo por complacer a las autoridades peruanas; pero bien resuelto a no ejercer otro mando que el estrictamente militar. Tal fue su comportamiento en medio de tan difíciles circunstancias. El Perú puede ir si la verdad dicta estas líneas.

Las operaciones del general Santa Cruz en el Alto Perú habían empezado con buen suceso y esperanzas probables. El general Sucre había recibido órdenes de embarcarse con cuatro mil hombres de las tropas aliadas, hacia aquella parte. En efecto, dirige su marcha con tres mil colombianos y chilenos: desembarca en el puerto de Quilca y toma la ciudad de Arequipa. Abre comuniones con el general Santa Cruz que se hallaba el Alto Perú: a pesar de no recibir demanda alguna de dicho general de auxilios, dispone todo para obrar inmediatamente contra el  enemigo común. Sus tropas habían llegado muy estropeadas, como todas las que hacen la misma navegación: los caballos y bagajes, había costado una inmensa dificultad obtenerlos: las tropas Chile se hallaban desnudas, y debieron vestirse antes de emprender una campaña rigurosa. Sin embargo todo se efectuó en pocas semanas. Ya la división del general Sucre había recibido parte del general Santa Cruz, que le llamaba en su auxilio, y algunas horas después de la recepción de este parte estaba en marcha, cuando se recibió el triste anuncio de la disolución de la mayor parte de la división peruana en las inmediaciones del Desaguadero. Por entonces todo cambiaba de aspecto.

Era, pues, indispensable mudar de plan. El general Sucre tuvo una entrevista con el general Santa Cruz en Moquegua, y allí combinaron sus ulteriores operaciones. La división que mandaba el general Sucre vino a Pisco, y de allí pasó por orden del Libertador, a Supe para oponerse a los planes de Riva-Agüero que obraba de concierto con los españoles. En estas circunstancias el general Sucre instó al Libertador para que le permitiese ir a tomar valle de Jauja con las tropas de Colombia, para oponerse allí al general Canterac que venía del Sur. Riva-Agüero había ofrecido cooperar a esta maniobra; mas su perfidia pretendía engañarnos. Su intento era dilatarla hasta que llegasen españoles, sus auxiliares. Tan miserable treta no podía alucinar al Libertador, que la había previsto con anticipación, o más bien que la conocía por documentos interceptados de los traidores y los enemigos. El general Sucre dio en aquel momento brillante testimonio de su carácter generoso.

Riva-Agüero lo había calumniado atrozmente: lo suponía autor de los decretos del Congreso; el agente de la ambición del Libertador; el instrumento de su ruina. No obstante esto, Sucre ruega encarecida y ardientemente al Libertador; para que no lo emplee en la  campaña contra Riva-Agüero, ni aun como simple soldado; apenas se pudo conseguir de él que siguiese como espectador, y no como Jefe del ejército unido; su resistencia era absoluta. Él decía que de ningún modo convenía la intervención de los auxiliares en aquella lucha, e infinitamente menos la suya propia, porque se le suponía enemigo personal de Riva-Agüero, y competidor al mando. El Libertador cedió con infinito sentimiento, según se dijo a los vehementes clamoreos del general Sucre. Él tomó en persona el mando del ejército, hasta que el general La Fuente por su noble resolución de ahogar la traición de un jefe, y la guerra civil de su patria, prendió a Riva-Agüero y a sus cómplices.

Entonces el general Sucre volvió a tomar el mando del ejército; lo acantonó en la provincia de Huailas donde se le ordenó; allí su economía desplegó todos sus recursos para mantener con comodidad y agrado las tropas de Colombia. Hasta entonces aquel departamento había producido muy poco o nada al Estado. Sin embargo el general Sucre establece el orden más estricto para la subsistencia del ejército, conciliando a la vez el sacrificio de los pueblos y disminuyendo el dolor de las exacciones militares con su inagotable bondad y con su infinita dulzura. Así fue que el pueblo y el ejército se encontraron tan cuanto las circunstancias lo permitían. Sucre tuvo orden de hacer un reconocimiento de la frontera, como lo efectuó con el esmero que acostumbra, y dictó aquellas providencias preparatorias que debían servirnos para realizar la próxima campaña. Cuando la traición del Callao y de Torre-Tagle llamó a los enemigos a Lima, el general Sucre recibió órdenes de contrarrestar el complicado sistema de maquinaciones pérfidas que se extendió en todo el territorio contra la libertad del país, la gloria del Libertador y el honor de los colombianos.

El general Sucre combatió con suceso a todos los adversarios de la buena causa; escribió con sus manos resmas de papel   para impugnar a los enemigos del Perú y de la libertad; para sostener a los buenos, para confortar a los que empezaban a desfallecer por los prestigios del error triunfante. El general Sucre escribía a sus amigos que más interés había tomado por la causa del Perú, que por una que le fuese propia o perteneciese a su familia. Jamás había desplegado un celo tan infatigable; mas sus servicios no se vieron burlados: ellos lograron retener en la causa de la patria, a muchos que la habrían abandonado sin el empeño generoso de Sucre. Este general tomó al mismo tiempo a su cargo la dirección de los preparativos que produjeron el efecto maravilloso de llevar el ejército al valle de Jauja por encima de los Andes, helados y desiertos. El ejército recibió todos los auxilios necesarios debidos, sin duda, tanto a los pueblos peruanos que los prestaban como al jefe que los había ordenado tan oportuna y discretamente. El general Sucre después de la acción de Junín se consagró de nuevo a la mejora y alivio del ejército.

Los hospitales fueron provistos por él, y los piquetes que venían de alta al ejército, eran auxiliados por el mismo general: estos cuidados dieron al ejército dos mil hombres, que quizá habrían perecido en la miseria sin el esmero del que consagraba sus desvelos a tan piadoso servicio. Para el general Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria, parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón: él es el general del soldado. Cuando el Libertador lo dejó encargado de conducir la campaña durante el invierno que entraba, el general Sucre desplegó todos los talentos superiores que lo han conducido a obtener la más brillante campaña de cuantas forman la gloria de los hijos del nuevo mundo. La marcha del ejército unido desde la provincia de Cochabamba hasta Huamanga, es una operación insigne, comparable quizá a la más grande que presenta  la historia militar.

Nuestro ejército era inferior en mitad al enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el nuestro. Nosotros nos veíamos forzados a desfilar sobre riscos, gargantas, ríos, cumbres, abismos, siempre en presencia de un ejército enemigo, y siempre superior. Esta corta, pero terrible campaña, tiene un mérito que todavía no es bien conocido en su ejecución: ella merece un César que la describa. La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante Waterloo, que decidió del destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza.

El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada.

Lima: 1825
Tomado de la Edición de la Academia Nacional de la Historia en
Conmemoración del Centenario de Berruecos (4 de junio de 1930)


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