sábado, 18 de diciembre de 2010

GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ


EL CENTAURO DE LOS LLANOS

Fue uno de los más bravos guerreros de la Independencia venezolana. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de su accionar político que lo condujo a disolver el sueño de Bolívar: Colombia la grande.

Librería del Congreso de los Estados Unidos. 1855 -1865

Caudillo de la independencia y primer presidente de la Cuarta República de Venezuela (Curpa, 1790 - Nueva York, 1873). La multiplicidad de intereses que han arropado la llamada historia de la Independencia de Venezuela y el nacimiento de la República, durante el siglo XIX, encuentra su representación máxima en la figura de José Antonio Páez. Las circunstancias que condujeron a este hombre, de condición humilde, a convertirse en presidente de la República y en el gran defensor de Venezuela, no hacen sino dibujar un panorama de alianzas políticas y militares necesarias en un escenario de máxima inestabilidad. En su reverso, la historia revela las múltiples facetas de un hombre que, movido por el azar de una guerra civil con tinte independentista, declinaba su rostro en peón de hacienda, comerciante de ganado, jefe de los ejércitos llaneros y gran caudillo de la patria.

Muy lejos de la Caracas criolla de ímpetus revolucionarios y asideros conservadores de finales del siglo XVIII, José Antonio Páez nació en Curpa, estado Portuguesa, el 13 de junio de 1790. Era descendiente de canarios e hijo de Juan Victorio Páez y María Violante Herrera, ambos de fortuna muy escasa. La familia se encontraba más bien desarticulada; el padre vivía en la ciudad de Guanare y trabajaba para el gobierno colonial en un estanco de tabaco, mientras la madre iba reservando destinos a sus ocho hijos.

Cuando tenía ocho años de edad, Páez fue enviado por su madre a estudiar en una pequeña escuela de Guama. Claro está que las letras no formaban parte de las expectativas de aquella familia, pues la Colonia no reservaba muchos derechos para las clases desposeídas. Sin embargo, nada de esto sería impedimento para que José Antonio Páez se formara en aquello por lo cual se distinguiría. La escuela de este hombre fue la que ofrecían los Llanos de Apure y su estirpe era la del llanero. Grandes extensiones de tierras con pastizales de elevado tamaño húmedos, secos o inundados, según la temporada, componían el paisaje de esta especie de hombres, cuya actividad era lidiar con las bestias del ganado caballar y vacuno en un horizonte que sólo se comprendía a sí mismo.

Huyendo de un incidente que le costó la vida a un bandido que quería asaltarle, Páez se internó en los Llanos y se empleó como peón en el hato de La Calzada, propiedad de Manuel Pulido. Bajo las órdenes del negro Manuelote, esclavo de Pulido y capataz de la hacienda, aprendió todo aquello que un llanero debe saber: ojear el ganado, el rodeo, la junta, herrar, enlazar, colear. Para todo ello tuvo que aprender a montar de forma tal que su cuerpo se fusionara con la bestia hasta parecer un centauro. "Imagínese el lector cuán duro debía ser el aprendizaje de semejante vida (diría Páez en su autobiografía), que sólo podía resistir el hombre de robusta complexión o que se había acostumbrado desde muy joven. [...] Mi cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada difícilmente habría podido darle."


El Centauro

La ganadería se había convertido en ese entonces en un sustituto importante del derruido comercio del cacao, y ello atrajo a muchos comerciantes a fundar hatos allí donde consiguieran rodear a unas cuantas bestias salvajes. Tal era el caso de Pulido y lo sería también el de Páez, a quien aquél le ofreció la posibilidad de ayudarle en la comercialización del ganado en el hato del Paguey. Fue tal la destreza que adquirió Páez en esta actividad que decidió independizarse, conquistar sus propias tierras y vender su propio ganado.
Comenzó entonces una nueva vida para José Antonio Páez, que no abandonaría jamás. Cuando ejercía de pequeño comerciante todavía, en uno de sus acostumbrados recorridos de Acarigua a Barinas, conoció en el pueblo de Canaguá a Dominga Ortiz Orzúa, huérfana de diecisiete años con quien se casó en esa ciudad en julio de 1809. La vida conyugal se vería interrumpida por causa de la llamada Gran Guerra, iniciada en 1811, nutrida sólo por encuentros infrecuentes hasta 1821, cuando apareció Barbarita Nieves en la vida del futuro caudillo. Dos hijos nacieron del vientre de doña Dominga: Manuel Antonio y María del Rosario.

El estallido de una guerra civil fue la consecuencia más inmediata de la declaración de la Independencia el 5 de julio de 1811 y la posterior sanción de una Constitución Federal. Las diferencias entre los criollos patriotas y los adeptos al entonces prisionero Fernando VII no fueron sino una de las aristas de la contienda; el bando "realista", comandado por Domingo Monteverde, se oponía también a la revolución, hallando la mayoría de sus fuerzas militares en los recién configurados ejércitos de pardos y esclavos. La cuestión de fondo era entonces una lucha entre clases y castas por la tenencia de la tierra, la obtención o pérdida de privilegios políticos, y por reivindicaciones estamentarias de los desposeídos.

Nada diferente sucedía en los Llanos de Apure, donde la situación se vivió como un confuso llamado a las armas. Las noticias llegaban por intermedio de algunos dueños de hacienda, quienes, aterrorizados por la posible pérdida de sus tierras, decidían armar sus propios ejércitos. Tal fue el caso de Pulido, quien no tardó en convocar a Páez para que le ayudara a entrenar a sus hombres en pro de esta causa defensiva. Resultaba muy difícil, sin embargo, que los llaneros lograran dibujarle un rostro distinto a su enemigo como no fuera el de su opresor más inmediato, y de ahí que muchos de ellos se unieran a la causa realista. En esta maraña de confusiones, cuyo resultado fue la capitulación de Miranda y la pérdida de la República en 1812, José Antonio Páez se definió como patriota y se incorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido.

El regreso de José Antonio Páez a los Llanos se produjo en 1813; en 1814 se trasladó a Mérida, donde permaneció hasta septiembre del mismo año, cuando volvió nuevamente a los Llanos. No saldría de este territorio hasta 1818, cuando sumó las suyas a las tropas del ejército de Bolívar. Páez, se dice, siempre estuvo enfrentado contra los realistas, con independencia de que los intereses que lo movilizaran tendieran, en un principio, más hacia la defensa de los territorios que hacia la llamada causa independentista. Reclutado y prófugo del batallón realista a cargo de Antonio Tíscar en 1813, logró armar progresivamente un poderoso ejército patriota que ya para 1818 era una de las principales fuerzas con las que contaba la Independencia.



Vuelvan caras Óleo sobre tela 300 x 460 cm (1890) de Arturo Michelena representando el momento en que Páez ordena volver sobre el enemigo

La estrategia de reclutamiento era la de ofrecer tierras a cambio de lealtad militar; esta táctica se convirtió en una de las armas más poderosas a favor de la conquista de la Independencia en 1821, pero también fue lo que permitió a Páez convertirse en uno de los principales latifundistas del país. Hasta 1816 las batallas libradas por José Antonio Páez como capitán de caballería perseguían sólo el propósito de la defensa y conquista de nuevos territorios; la batalla de las Matas Guerrereñas, en noviembre de 1813, es una de las contiendas que se destacan de este período.

Entre 1816 y 1818 puede decirse que José Antonio Páez se consolidó como jefe supremo de los ejércitos llaneros. Su carisma era impresionante y su temeridad, no sólo en la estrategia del combate sino, además, en el desconocimiento de la jerarquía de mando cuando lo consideraba necesario, le permitió ganar adeptos en su escalada hacia la posición de máximo caudillo.

Fueron los tiempos de las famosas batallas de Chire, Mata de la Miel, Yagual y Mucuritas; en ellas se peleaba con arma blanca, se hacía el rodeo al enemigo, y se empuñaba la lanza con la cual la víctima caía abatida luego de haber sido levantada, casi a la altura de dos metros, por el impacto del arma sobre su cuerpo a la velocidad del centauro. Se atacaba por varios flancos en forma simultánea, por la retaguardia y a contragolpe, como era el estilo preferido del caudillo, quien se hizo famoso por la táctica de "vuelvan caras", "¡vuelvan, carajo!" o "volver riendas", que consistía en hacerse perseguir por el enemigo y repentinamente darse la vuelta y emprender el contraataque. Estos fueron también los tiempos del retorno de Fernando VII al poder y del general realista Pablo Morillo, el Pacificador, a quien no se lograría vencer sino hasta 1821.

Con el propósito de unificar los ejércitos venezolanos, se trasladó Bolívar a los Llanos en busca del general Páez, encuentro que se produjo el 30 de enero de 1818 en el hato Cañafístola. La unión de ambos ejércitos se realizó de manera inmediata, gracias al acuerdo de Bolívar de otorgar tierras a los llaneros y al carisma de Páez para seducir a sus hombres. Páez convenció a Bolívar de seguir una estrategia que los llevaría a enfrentarse Morillo en las riberas del Apure y vencerlo en la famosa batalla de las Queseras del Medio, el 2 de abril de 1819; con ello obtuvieron Páez y sus soldados el galardón de la Cruz de los Libertadores.



Oleo sobre tela de la Batalla de Carabobo, mural ubicado en el Capitolio Nacional de Venezuela.
Autor: Martín Tovar y Tovar. 1887
En 1821, después de un año de relativa calma, Bolívar rompió la tregua que había pactado con Morillo; y Páez, acatando las órdenes del Libertador, partió a su encuentro desde Achaguas hacia San Carlos, el 10 de mayo de 1821, con 1.000 infantes, 1.500 jinetes, 2.000 caballos de reserva y 4.000 novillos. La cita tenía como propósito planear la estrategia de aquella contienda conocida como la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821), en la cual se venció definitivamente a los ejércitos realistas de Venezuela. "El bizarro general Páez (diría Bolívar al vicepresidente de Colombia), a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas. [...] La conducta del general Páez en la última y en la más gloriosa victoria de Colombia lo ha hecho acreedor al último rango en la milicia, y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido en el campo de batalla el empleo de General en Jefe del Ejército."
La Cosiata

Eran los tiempos de la Gran Colombia (1819-1830) y Venezuela, adherida a esta República, había quedado dividida en tres departamentos: Venezuela (provincias de Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Barinas y Apure), Orinoco (provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona y Margarita) y Zulia (provincias de Maracaibo, Coro, Mérida y Trujillo). En 1821 Páez asumió el cargo de comandante general del ejército del departamento de Venezuela, en cuyo ejercicio, lejos de consolidar la unión de la Gran República cual era la expectativa de Bolívar, se convirtió en el líder del movimiento de separación de Venezuela conocido como La Cosiata (cosa pequeña).

El clima de inestabilidad política existente en toda la República Colombiana para 1825 sería aprovechado por Páez para iniciar su escalada definitiva al poder. Después de la toma del castillo de Puerto Cabello en noviembre de 1823, Páez se insubordinó progresivamente del poder ejecutivo y ejerció su poderío militar en forma independiente y extralimitada. En enero de 1826 Páez se vio implicado en acontecimientos violentos llevados a cabo por los batallones Anzoátegui y Apure, a propósito del reclutamiento de la población, en las ciudades de Caracas y Valencia. Tales hechos llevarían al senado colombiano a suspenderlo de su cargo en virtud de las denuncias que contra él hicieran las municipalidades de Valencia y Caracas; debía comparecer ante el congreso colombiano, pero Páez se negó y prefirió secundar las revueltas que, en su nombre, hicieran sus allegados. Ante el miedo de una nueva guerra, Páez fue repuesto en sus actividades el 6 de abril de 1826.

La Cosiata estaba en proceso, y los conspiradores veían en la figura del caudillo al hombre capaz de consolidar la separación. A mediados de mayo de 1826, Páez fue nombrado jefe superior civil y militar de Venezuela, y éste se comprometió a cumplir las leyes, siempre y cuando se desconociera la autoridad de Bogotá; el cabildo de Caracas y otras municipalidades secundaron la propuesta. Páez había sido instado entonces por los conspiradores entre los que se encontraba Miguel Peña a convocar una Asamblea Nacional Constituyente, actividad que programó para el 10 de enero de 1827.

Retrato de Páez en uniforme de húsar por Robert Ker Porter, 1828

Bolívar, enterado de los acontecimientos en Perú, regresó a Venezuela con el objeto de poner orden, implantó una serie de medidas y ratificó a Páez en su cargo de jefe superior civil y militar. Sin embargo, una vez fracasada la Convención de Ocaña y Bolívar autoproclamado dictador de Colombia, Venezuela continuó su proceso de separación y, a finales de noviembre de 1929, una Asamblea celebrada en el Convento de San Francisco de Caracas desconoció la autoridad del Libertador y entregó el poder a José Antonio Páez.

En la Presidencia de Venezuela

El 13 de enero de 1830 Páez estableció un gobierno provisional, convocó elecciones y el 20 de febrero se reunieron las Asambleas primarias que eligieron los diputados al Congreso Constituyente de Valencia; éste, reunido a comienzos de mayo, nombró presidente provisional de la República de Venezuela a Páez, quien formó gobierno con la camarilla que siempre le había acompañado. Se trataba entonces de pacificar y construir el Estado, que comprendía un territorio, empobrecido y desarticulado, de aproximadamente 1.000.000 km2, con una población aproximada de 700.000 habitantes.

El Congreso aprobó una Constitución pactada de corte centro-federal y nombró a José Antonio Páez, en marzo de 1831, presidente constitucional de la República de Venezuela para el período 1831-1835. El caudillo, eje central de la política hasta 1847, organizó una nueva oligarquía, hallada entre los antiguos hacendados y dueños de hato, generales beneficiados por el reparto de tierras, comerciantes y la clase mantuana de siempre. Las bases del gobierno, aunque con algunos descontentos, eran medianamente sólidas.

La figura de Páez servía como mediación entre el Estado y los excluidos, mientras la oligarquía aseguraba su continuidad en el poder mediante el establecimiento de la participación censitaria y el voto indirecto. Páez no logró ejercer el poder a nivel nacional en virtud de la desarticulación en la cual se encontraba el país, dominado por caudillos regionales sobre todo en las zonas de Oriente y los Llanos. Sin embargo, el caudillo ejecutó algunas medidas de importancia, como la organización de las finanzas públicas, la eliminación del sistema de alcabala, la supresión del monopolio del tabaco y de los derechos de exportación del café y el algodón.

La escena política en 1834 perfilaba unas elecciones reñidas. José María Vargas, representante del poder civilista, resultó electo por mayoría para el período 1835-1839. Inmediatamente, estalló la llamada Revolución de las Reformas originada en las filas del ejército y liderada por Santiago Mariño y, nuevamente, José Antonio Páez entró en escena con el objeto de pacificar la situación. En calidad de ministro de la Defensa logró apaciguar la revuelta; fue famoso su Decreto Monstruo, en el cual se establecía la pena del cadalso para los cabecillas de la revuelta.


Retrato del general Páez por Lewis B. Adams, 1838.
A pesar de haber implantado importantes medidas, sobre todo en la educación y la salud, José María Vargas renunció a su mandato en mayo de 1836, entre otras razones porque consideraba que Páez no le brindaba el suficiente apoyo. El León de Payara fue otro de los apodos que recibiera Páez con motivo de haber sofocado una segunda revuelta en 1837, mientras Carlos Soublette se encontraba a cargo de la presidencia.


En 1838 José Antonio Páez fue elegido nuevamente presidente constitucional (1839-1843). En este período Páez tuvo que enfrentar el deterioro en los intercambios entre los países monoexportadores y los países en proceso de industrialización, pese a lo cual logró cancelar un 33 por ciento de la deuda contraída durante la guerra. Creó la Sociedad de Amigos del País y en 1842 repatrió los restos del Libertador. Paralelamente, se creó la sociedad liberal caraqueña, futuro Partido Liberal de Venezuela, y el periódico El Venezolano, órgano de divulgación de la organización liberal en franca oposición hacia el gobierno. Antonio Leocadio Guzmán se erigió entonces como uno de los líderes de la oposición.

Hacia 1847 el partido liberal había cobrado fuerza en varias ciudades y barriadas del territorio nacional; su carácter policlasista vaticinaba la guerra civil que enfrentaría a los venezolanos a partir de 1859. En marzo de 1847 José Tadeo Monagas asumió la presidencia de la República apoyado por el gran caudillo, como estrategia para calmar las aspiraciones de los liberales en las figuras de Antonio Leocadio Guzmán y Ezequiel Zamora. Sin embargo, no tardaría en instaurarse el llamado "monagato" y Páez comenzó a sufrir las penas de la defenestración. En 1848 José Tadeo Monagas cometió un atentado contra el Congreso y Páez asumió la defensa, esta vez por la vía del alzamiento y la revuelta. La primera asonada llevada a cabo por Páez en Calabozo y San Fernando le significó una derrota al caudillo, quien huyó sin pensarlo dos veces a Nueva Granada. Desde Ocaña pasó a Santa Marta, en donde embarcó hacia Jamaica, Saint-Thomas y Curazao, para planear desde aquí su segunda expedición.


Óleo sobre tela. José Antonio Páez. Anónimo, Caracas. 1850. Donado por el ex-presidente colombiano Eduardo Santos (16.8.1948). Museo Nacional de Colombia.
El 2 de julio de 1849 desembarcó en la Vela de Coro con la intención de armar un ejército, pero falló en su intento y fue hecho prisionero y llevado al castillo de San Antonio en Cumaná. Mientras duraba su presidio, Páez era visitado por su hija María del Rosario y su esposa doña Dominga, reaparecida después de treinta años. Gracias a las diligencias que hiciera ella ante José Tadeo Monagas, Páez logró salir en libertad y embarcarse en el buque Libertador rumbo a Saint-Thomas. Hasta allí lo acompañó su esposa (28 de mayo de 1850) para cerciorarse de que llegaba en buenas condiciones, y por las mismas se regresó para no volver a verse jamás. De allí pasó a los Estados Unidos, donde fue recibido con todos los honores en las ciudades de Filadelfia, Nueva York, Baltimore y Washington.

Una última jornada le tocaría desempeñar a José Antonio Páez en Venezuela. El país lo seguía aclamando ante las arbitrariedades cometidas por los hermanos Monagas. En 1859 Julián Castro, presidente en ese entonces, lo nombró jefe militar. Había estallado la Guerra Federal: Páez, en Valencia, organizó una confabulación para que lo aclamaran dictador cuando triunfara el bando conservador, y sin más se marchó nuevamente a Nueva York. A su regreso, la coalición conservadora, primero con Manuel Felipe de Tovar y luego con Pedro Gual a la cabeza, lo nombró comandante general de todos los ejércitos del gobierno.

La estrategia de Páez era reconciliarse con los federales, pero esto irritó sobremanera a Gual, quien entonces fue hecho prisionero; acto seguido se nombró a Páez dictador, en 1861. Sin embargo, sus intentos de negociación fracasaron, y en 1863 Antonio Guzmán Blanco le propuso abandonar el poder y firmar un acuerdo, el Tratado de Coche, por el cual se comprometían ambos bandos a terminar la guerra.

Los últimos diez años de la vida de José Antonio Páez estuvieron nutridos por los viajes que nunca había podido realizar y sus recuerdos, que convirtió en gloria. En su autobiografía evoca instantes como aquellos en Valencia cuando, para agradar a su amada Barbarita, representó Otelo junto a Carlos Soublette; o aquellos otros en que su figura de caudillo se transformaba por instantes en la de un excelente chelista.

Después de una larga estancia en Nueva York, todavía tuvo tiempo de visitar Brasil y Uruguay, y de establecerse en Buenos Aires, donde compuso una canción a una niña, intentó negociar con cuero de ganado y fue nombrado brigadier general de la nación por el presidente Domingo Faustino Sarmiento. Regresó a Nueva York, de donde salió nuevamente hacia el sur en febrero de 1872. Cruzó el istmo de Panamá para viajar a Perú, donde fue recibido con honores, y vía México se volvió a Nueva York, donde falleció el 6 de mayo de 1873.  Sus restos fueron repatriados y sepultados en el Panteón Nacional, el 19 de abril de 1888.

ICONOGRAFÍA


El retrato más  antiguo de José Antonio Páez  que se ha conservado es el que ejecutó del natural en Caracas en 1828 el pintor y diplomático  británico  Robert Ker Porter, donde el militar venezolano aparece de cuerpo entero en uniforme de fantasía; es una acuarela sobre cartulina firmada «R.K.P.» en el extremo inferior izquierdo, que perteneció al propio general Páez,  fue luego de su hija María del Rosario Páez  de Llamozas y de los descendientes de ella, y actualmente se halla en el Museo Bolivariano de Caracas. En 1838 lo retrató en esta misma ciudad el pintor inglés, Lewis B. Adams; es un óleo sobre tela que fue propiedad del encargado de negocios de Estados Unidos en Venezuela John G.A. Williamson y pertenece hoy al Ministerio de Relaciones Exteriores, Casa Amarilla, Caracas.


viernes, 26 de noviembre de 2010

SIMÓN BOLÍVAR, EL LIBERTADOR


(Caracas, julio 24 de 1783 -Santa Marta, Colombia, diciembre 17 de 1830).Imagen digitalizada de Simón Bolívar

SIMÓN BOLÍVAR,  LA IDEA DE LIBERTAD QUE NUNCA TERMINA.

Bolívar es signo de unidad y grandeza para toda la América Latina, pero para Venezuela es uno de los símbolos de la patria, como la Bandera, el Escudo y el Himno Nacional Bolívar el creador de Suramérica.

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el más completo de los americanos, libertador por antonomasia, creador de Bolivia, fundador de la primera Colombia, héroe máximo de la independencia de seis repúblicas de hoy, no nació ni pobre ni revolucionario, sino en una cuna aristocrática (mantuana), dueño de una rica fortuna entonces representada por minas, haciendas cacaoteras y cientos de esclavos, y en circunstancias tan distanciadas de la insurgencia de los pueblos, que bien pudo ser un representante del poder colonial español y un desalmado explotador del pueblo, pero su desinterés, inteligencia y rebeldía hicieron que, a la vuelta de pocos años y después de unas cuantas decisiones radicales, se pusiera a la cabeza del más profundo y vigoroso movimiento insurreccional llevado a cabo en el sur de América.

Hijo del coronel Juan Vicente y de María Concepción, nace en caracas un 24 de julio de 1783, quedó huérfano de padre cuando tenía tan sólo dos años y medio (1786), y de madre a los nueve (1792); vivió con su abuelo materno Feliciano Palacios, y a su muerte, quedó al cuidado de su tío y tutor Carlos Palacios. A los 12 años, en julio de 1795, mostró tempranamente su rebeldía, al huir de la casa del tío para vivir con su hermana casada María Antonia, donde tampoco pudo tener paz, no obstante el cariño que mutuamente se profesaban.

Se  le  envió  entonces   a vivir  a casa  del  maestro  de  primeras letras, el  jacobino socialista Simón (Carreño)  Rodríguez (1771-1854), hombre    de  cultura política avanzada que  mucho  influyó  en la  educación  del  futuro  Libertador.  Pero  Simón  Rodríguez,  como  se  quiso  llamar  él  mismo,  se fue de Caracas en 1797.  Otro ilustre  caraqueño, Andrés Bello (1781-1865), le dio clases de historia y geografía, y el padre capuchino Francisco  Andújar  le  enseñó  matemáticas. Todos ellos iniciaron la formación elemental de Bolívar,  pero en gran medida se le puede considerar como hombre de cultura autodidacta. Posteriormente y gracias a unos viajes  Europa y Norteamérica, alcanzó un grado de instrucción general no necesariamente inferior al que hubiera significado un grado de bachiller o doctor. Se empapó del pensamiento de la Ilustración, en especial su vertiente francesa (dominaba el idioma francés casi como el español), y no faltan las descripciones de Bolívar estirado en su hamaca de campaña, leyendo a Voltaire u otro semejante.

La frecuente asistencia a fiestas y saraos, la versátil pero vanidosa vida de las altas clases sociales, bien pudieron absorber al inquieto, simpático y rico americano en Europa. En Madrid conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza (1781-1803), de quien se enamoró profundamente. Se casaron en 1802, no obstante la juventud de los dos, ella de 21 y él un poco menor, de 19. Su proyecto de vida era el propio de un heredero de ricas haciendas: fundar un hogar, tener hijos, acrecentar las propiedades. Pero la suerte les dio otro destino, porque a los pocos meses de llegados a Venezuela, María Teresa murió de fiebre amarilla. Fue el único matrimonio de Bolívar, y a lo largo de su vida fue fiel a su promesa de no volverse a casar, pero amó, y con frecuencia, a otras mujeres.

La vida de Bolívar entre 1802, antes de su matrimonio, y 1806, está caracterizada por el despilfarro y la banalidad. Los placeres de la vida fácil en Europa para quien es rico y los mil atractivos del esplendor napoleónico pudieron fascinar a Bolívar por un tiempo, el suficiente para hartarse. Pero no todo el tiempo. Hay constancia de sus críticas ponzoñosas al boato del Consulado y a la corrupción que se adueñaba de París, de su deseo de hacer algo útil por su patria, así fuera dedicarse a las ciencias físico-químicas, y del trato no muy frecuente pero suficiente con sabios como el barón von Humboldt, Aimé Bonpland y otros, lo que demuestra que a la par que Bolívar se divertía con holgura, también maduraba proyectos superiores. 

Estando en Roma un día de agosto de 1805, en el Monte Aventino juró, ante su maestro Rodríguez, regresar a América y prestarle apoyo a la lucha armada. Por entonces muchas ideas políticas de avanzada ya eran del dominio público: la república electiva, la igualdad ante la ley, la abolición de la esclavitud, la separación de la Iglesia y el Estado, la tripartición de poderes, la libertad de cultos y el derecho de gentes (los derechos humanos) constituían, por así decirlo, el consenso americano, pero faltaba quien hiciera realidad, acto de gobierno, todo ese proyecto liberador. Y era imposible hacerlo en una colonia, puesto que no se trataba de cambiar de rey, sino de abolir la monarquía; ni de discutir los yerros de la dominación española, sino de imponer la soberanía del pueblo. Por todo eso se debía hacer la guerra. A fines de 1806, al saber que Francisco de Miranda (1750-1816) se dedicaba a fomentar la guerra en Venezuela, Bolívar decidió regresar, y después de un recorrido por Estados Unidos, llegó a su patria a mediados de 1807.

Es verdad que Bolívar regresó a Venezuela para administrar sus fincas, pero también es cierto que en las reuniones que se llevaban a cabo en su quinta de recreo, a orillas del río Guaire, más que tertulias literarias se tramaban conspiraciones. Por eso al estallar la chispa insurreccional en Caracas, el 19 de abril de 1810, cuando el pueblo desconoció al gobierno colonial de Vicente Emparán, Bolívar, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, fue nombrado por la junta revolucionaria comisionado ante el gobierno británico, con la exacta instrucción de convencer al ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, de apoyar la insurrección caraqueña. En diciembre de 1810 regresó Bolívar a Caracas con pocos triunfos diplomáticos, porque el gobierno inglés, aunque simpatizaba con los actos independentistas de los americanos, como una manera de socavar la hegemonía española en este continente, estaba unido a España por un tratado de alianza. Mientras tanto, Bolívar había convencido a Miranda para que lo acompañara en un nuevo esfuerzo por consolidar la independencia de su patria.

Anónimo, Simón Bolívar. Miniatura sobre Marfil.
(Paris, 1804-1806)

Se diferencia del  Libertador  del Sur,  José de San Martín, quien  llegó   un   poco  tarde  a la  epopeya (en 1810 estaba en España)  y se  autoexilió  antes   de  la  batalla final,  y del angloamericano  George   Washington,  cuya  actividad   se  restringió a su país. En los comienzos  del  movimiento  en  Venezuela, Bolívar  era  una  figura  secundaria,  un agitador  de  los que   promovían  la  declaración de  independencia  absoluta (la primera de un  país  hispanoamericano, el 5 de julio de 1811) y un  militar  subalterno  a quien, en el colapso  de  la Primera  República de   Venezuela, en 1812, le  tocó  perder la fortaleza estratégica  de Puerto Cabello.  Sin embargo, al año siguiente  se convirtió  en jefe indiscutible de la  Segunda República, nacida  de  las ruinas de su antecesora.

Pudo  restaurar el régimen patriota venezolano y ascender a la dirección suprema, que no abandonaría nunca, gracias, no sólo  a  las  dotes  de guerrero que demostró    a  lo  largo  de la  Campaña  Admirable de 1813, que lo llevó  de  nuevo  a Caracas, sino también al apoyo de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, cuyo territorio le sirvió de base  para reconquistar Venezuela. Así quedó sellada otra característica permanente de la carrera de  Bolívar: su vinculación estrecha con la Nueva Granada, donde más de una vez encontraría asilo cuando la fortuna de la guerra le resultó adversa en Venezuela, y cuyos hombres y recursos combinó indiscriminadamente, con los del país vecino hasta alcanzar la victoria final, y aun más allá.  Mientras tanto se   erigía un régimen republicano en todo el territorio del antiguo virreinato de Nueva Granada, del Orinoco a Guayaquil, con el nombre de República de Colombia (Congreso de Cúcuta, 1821).  

La Segunda República venezolana también resultó efímera, por más que Bolívar recurriera a una franca dictadura militar para defenderla. Cayó en medio de rivalidades regionalistas y críticas legalistas, además de las tensiones de clase y raciales que atizaban los jefes realistas. Los republicanos habían proclamado la igualdad jurídica de las razas desde la Primera República, pero no habían tocado la institución de la esclavitud y eran casi todos ellos miembros de alta clase criolla, cuyos intereses económicos y sociales no siempre se identificaban con los de las masas venezolanas.


Anónimo. Simón Bolívar. Papel sobre papel. 0,4 x 0,33.
(Haití, 1815)
A mediados de 1814, por consiguiente, Bolívar se encontraba otra vez en Nueva Granada, aunque no por mucho tiempo, ya que le incomodaban las luchas intestinas de los patriotas granadinos y preveía claramente que la desunión allanaría el camino al Pacificador Pablo Morillo. Partió Bolívar a Antillas, donde redactó uno de sus documentos clásicos, la Carta de Jamaica de septiembre de 1815, en que con prosa de gran originalidad y lucidez analizó el pasado y futuro de la América Española y proclamó su fe inquebrantable en la victoria. En seguida hizo demostración práctica de esa fe obteniendo del gobierno de Haití el apoyo para una expedición a Venezuela, y luego para otra más cuando la primera fracasó. Hacia fines de 1816 regresó definitivamente a Suramérica, donde se dedicó a crear una base de operadores en la cuenca del Orinoco y también a dotar a la causa patriota de un mayor sabor popular, por no decir populista, proclamando la abolición de la esclavitud y ofreciéndoles a los veteranos de guerra una repartición de bienes de los enemigos. De mucha importancia fue la colaboración que recibió del jefe nato de los llaneros, José Antonio Páez, quien había consolidado un reducto patriota en el Apure.


Bolívar tuvo poco éxito frente a la infantería de Morillo en los Andes venezolanos. Pero a mediados de 1819 abandonó su intento de liberar a Caracas y dio un vuelco estratégico de gran alcance, emprendiendo la campaña a través de los llanos hasta subir los Andes y apoderarse del centro mismo del Nuevo Reino. Para ello renovó su estrecho contacto con los patriotas granadinos, en especial con Francisco de Paula Santander, quien después de organizar una base política y militar en los llanos de Casanare comandó la división de vanguardia del ejército libertador. 


Por su breve duración y corto número de combatientes, la batalla de Boyacá, que coronó la campaña, no parecería sino una pequeña escaramuza. Sin embargo, en sus consecuencias directas e indirectas fue la más decisiva de las victorias de Bolívar, porque abrió el camino de Bogotá, ocupado días después sin mayor resistencia, y aseguró el control de un territorio densamente poblado del que podía extraer reclutas y recursos materiales. Si hasta la víspera de Boyacá la suerte de la guerra había resultado incierta habiendo perdido Bolívar casi tantas batallas como ganó- ya no volvería a perder sino por excepción.


El balance de moral e ímpetu político y militar había revertido a favor de los patriotas, quienes registrarían una victoria tras otra a medida que llevaban la lucha hasta la costa de Nueva Granada, a Venezuela otra vez, y más tarde al Ecuador y Perú hasta la victoria final de Ayacucho en diciembre de 1824.



Espada del Perú, en oro, que perteneció al libertador Bolívar
 (donada por Sucre en 1826)
Museo Nacional de Colombia.




Esta unión respondió al anhelo de Bolívar de crear en la América antes española, no una sola nación fue desde su Carta de Jamaica reconocía como cosa inmanejable, pero sí unos Estados más grandes y fuertes que los que a la larga surgieron. Anhelaba también que los nuevos Estados establecieran por lo menos una estrecha alianza entre sí, para lo cual promovió tratados de cooperación fraternal y la reunión del Congreso de Panamá de 1826, que de acuerdo con su plan habría sido un encuentro sólo de ex colonias españolas. La cancillería colombiana invitó también al Brasil y Estados Unidos, mas en la práctica no participaron sino hispanoamericanos -y no todos ellos-, así que el Congreso tuvo significación más bien como precedente para el futuro, que como un paso real hacia la unidad latinoamericana. Tampoco resultó viable en época de Bolívar la unión colombiana (o grancolombiana, como la bautizaron retrospectivamente los historiadores). 


Paradójicamente, el mayor escollo para la preservación de la unión fue la misma patria chica del Libertador, Caracas, que en última instancia no aceptaba supeditarse a la lejana y friolenta Bogotá. La desafección venezolana se hizo sentir por primera vez en la rebelión de Páez de 1826, que fue el primer reto político enfrentado por Bolívar al regresar del Perú. Llegó a un arreglo con Páez, que no duró, y a fines de 1829 éste encabezaba un nuevo movimiento autonomista que desembocó en la separación de Venezuela y en la prohibición de que Bolívar volviera a territorio venezolano.

Oleo de A. Meucci (c. 1830) - Museo Nacional de Bogotá
La Nueva Granada se convirtió así en última morada del Libertador. Murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta, camino del exilio, que fue voluntario, por más que muchos granadinos hubiesen deseado que partiera. Sus enemigos principales eran los aliados políticos de Santander, quien había sido colaborador eficaz como vicepresidente de Colombia mientras Bolívar estaba ausente de Bogotá.

Antonio Meucci. Simón Bolívar. Miniatura sobre marfil 0,102 x 0,087.
(Cartagena, 1830)
La ruptura posterior con Santander y los suyos se debió, entre otros, a factores de rivalidad personal, pero en el fondo   existía también un desacuerdo político.  Santander   propugnaba   un  republicanismo liberal de corte   convencional  y  además  estaba  identificado  con la obra de  su  administración  vicepresidencial, marcada por un moderado reformismo en política eclesiástica, hacendaria y otros campos, que le había acarreado la oposición de muchos afectados. Bolívar creía que algunas medidas, justificables en sí, habían sido prematuras, ya que el objetivo prioritario debía ser la cimentación de un orden estable; y para este efecto su "panacea" (como él mismo la denominaba) era el esquema de Constitución que redactó para Bolivia, cuyo rasgo notorio era un presidente vitalicio con facultad de nombrar sucesor.

No  carecía de otras disposiciones  eminentemente liberales,  pero  la  presidencia  boliviana era de  hecho  una monarquía  disfrazada y  como  tal no era del agrado de los santanderistas. Estos se convencieron de que Bolívar tenía en mente establecer una dictadura, y su  tenaz  oposición  al  Libertador  fortaleció  su convicción de  que  en realidad no había otra manera de afirmar el orden  público. No fue una dictadura cruenta sino a partir del intento frustrado de asesinar a Bolívar en septiembre de 1828, cuando se desató una racha de ejecuciones y exilios, incluso  el  destierro de Santander. Pero fue una dictadura políticamente reaccionaria,  sostenida  por militares, clero y sectores aristocráticos, mientras que derogaba buena parte de la legislación reformista.   Bolívar había diagnosticado certeramente los problemas no sólo de Colombia sino de Latinoamérica, y hacía hincapié en la necesidad de  elaborar  instituciones  acordes  con la índole de las nuevas naciones,  en vez  de  tomarlas  prestadas  de modelos foráneos,  a  pesar  de  las  bondades  intrínsecas de éstos. 

Fuente: Casa de Nariño. Autor: Ricardo Acevedo Bernal (1867-1930).
Sus análisis fueron casi siempre geniales.  No lo fueron, desafortunadamente, las soluciones concretas (tipo Constitución boliviana) que él propuso. Sin embargo, había creado naciones y proclamado  ideales de libertad personal y solidaridad latinoamericana que serían banderas de lucha en lo venidero. Si no logró todo lo que anhelaba, tampoco lo pudieron los demás libertadores, ninguno de los cuales intentó tanto como él.







ICONOGRAFÍA 




Anónimo. Simón Bolívar. Miniatura sobre marfil, 0,118 x 0,09. ca.1832.


Antonio Meucci. Simón Bolívar. Miniatura sobre marfil 0,102 x 0,087.Cartagena, 1830


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.


David Bushnell. (1991)  SIMÓN BOLÍVAR, Una síntesis del Libertador. Bogota, Colombia.

-FRANK, WALDO. El nacimiento de un mundo. La Habana, Instituto del Libro, 1967.

-Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.

-LIÉVANO AGUIRRE, INDALECIO. Bolívar. México, EDIAPSA, 1956.

-MADARIAGA, SALVADOR DE. Bolívar. Madrid, Espasa Calpe, 1979.


-O'LEARLY, DANIEL FLORENCIO. Narración. Caracas, Imprenta Nacional, 1952.


-PERU DE LACROIX, LUIS. Diario de Bucaramanga. Madrid, Editorial América, 1924.

sábado, 30 de octubre de 2010

ARGIMIRO GABALDÓN.


EL “COMANDANTE CARACHE”


Nadador, jugador de béisbol, pescador, cazador y excursionista incansable, estudió arquitectura y pintura, disciplinas a las que sumó su pasión por el periodismo, la novela, el cuento y la poesía. Como educador ejerció la docencia en las áreas de Matemática, Historia y Geografía, Artes Plásticas y Arquitectura. Fue Director de la Escuela Artesanal de Barquisimeto, profesor del Liceo Lisandro Alvarado y fundador del Liceo de Biscucuy... También fue alfabetizador en las zonas campesinas de Lara.

Entendió que había que conocer la historia de su país para poder actuar sobre ella. A la hora de la lucha contra el perezjimenismo, fue el primero en plantear que no se trataba sólo de cambiar al dictador por otro gobernante, sino que había que ir a la raíz de ese acontecer para que los cambios fuesen trascendentes y no formales. 

Luego de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez ocupó la Presidencia del Concejo Municipal de Biscucuy, estado Portuguesa, puesto al que renuncia para dedicarse a la organización política y militar con los cuadros más radicales del Partido Comunista de Venezuela, conformando lo que luego se conocerá como Frente Guerrillero "Simón Bolívar".






Argimiro Enrique de la Santísima Trinidad Gabaldón Márquez, hijo del General José Rafael Gabaldón Iragorri (quien combatió contra la dictadura del General Juan Vicente Gómez y fue Gobernador en dos oportunidades del Estado Lara y embajador de Venezuela en Brasil y Cuba) y de Doña Teresa Márquez Carrasqueño, nace en la casa de la hacienda Santo Cristo, situada hoy a cinco minutos del pueblo cafetalero de Biscucuy, Estado Portuguesa,  el 15 de Julio de 1919. Fue su propio padre quien lo trajo a este mundo pues, en aquel momento no hallaron a nadie quien pudiera socorrer a la madre en el trabajo de parto. Fue el octavo de diez hijos: Joaquín, Carmen Amelia, Natty, María Auxiliadora, Roberto, José Rafael, Esther, Argimiro, Edgar y Alirio Ugarte Pelayo, quien era hijo del General con Romelia Tamayo Anzola.


A los 4 años casi muere de altas fiebres pero nuevamente su padre le salva la vida aplicándole un remedio casero; de modo que cuando llega el médico le dice al General que lo que él había hecho era exactamente lo que había que hacer. Luego de haberse formado en la propia hacienda, comienza en 1929 sus estudios formales en una escuela pública de Biscucuy, para continuar luego en Barquisimeto, después en el Tocuyo y finalmente en la ciudad de Trujillo hasta el año 1935.

Luego vino el Bachillerato que comenzó en este última ciudad con diversos profesores y continuó en Barquisimeto y El Tocuyo, con ayuda entre otros de los profesores Roberto Montesinos y Elías Lozada Orihuela (ex Director del Liceo Andrés Bello, quien lo expulsó de ese Instituto por co-dirigir un movimiento huelgario organizado por la Federación de Estudiantes, FEV en 1938). El diploma de Bachiller lo obtuvo en 1939 con una Tesis titulada: La Filosofía de Demócrito.


    ARGIMIRO GABALDÓN.


"Chimiro fue deportista destacado: (...) nadador a la antigua; pescador y cazador; excursionista incansable, llegó a conocerse no sólo la hacienda, paso a paso, sino los alrededores de Barquisimeto, de Trujillo, de El Tocuyo; pero su mejor deporte fue el coraje; jamás perdió una pelea a puños, desde muy pequeño, nunca supo lo que era el miedo ni el titubeo para calcular los resultados de una refriega; las ciencias naturales de oposición y conoció bien las plantas y las bestias de los lugares donde vivió; la tradición revolucionaria de su padre se encarnó mejor en él que en ningún otro de sus hermanos y hermanas, y por eso desde niño vivió en el mundo de los héroes como Bolívar, San Martín, Martí, Pancho Villa y Lenin"

En 1934 nace en el Tocuyo una célula del recién creado Partido Comunista de Venezuela de la cual fue fundador junto a varios hombres. Muy joven comienza entonces su actividad política y su interés por la justicia social. Desde el momento en que juró fidelidad al partido con su palabra comunista, inició una participación activista que no cesó sino hasta el momento en que, aparentemente, una bala desvió su rumbo para introducirse en su corazón salvaje.

Pero, para ese entonces, no era sino un soñador revolucionario que leía muy poco, porque los libros sobre teorías comunistas, socialistas y los de liberación estaban prohibidos, y cada texto hallado era verdaderamente una joya. Durante toda la época de López Contreras (1936-1941), participó en las células de lucha clandestinas, y sus múltiples actividades políticas lo llevaron a Caracas para incorporarse en las luchas estudiantiles y en las huelgas organizadas por la Federación de Estudiantes de Venezuela.





De allí se fue a Argentina a estudiar arquitectura y al tercer año de carrera, decide detenerse para entrar en el mundo de la pintura, la literatura y el arte. Posteriormente con su mochila al hombro se fue a Brasil para regresar a Venezuela en 1945 en pleno auge perezjimenista. Durante este lapso, Chimiro dedica su tiempo al periodismo, la novelística, el cuento y la poesía. Y empieza a entender que debe conocer la historia de su país para poder actuar correctamente sobre ella. Estudia y escribe en lo que fue un período muy provechoso para él.

A la hora de la lucha contra el perezjimenismo, fue el primero en plantear que no se trataba sólo de cambiar al dictador por otro gobernante, sino que había que ir a la raíz de ese acontecer para que los cambios fuesen de fondo y no de forma. Es en ese tiempo en que se plantea la tesis de la necesidad de la lucha armada como respuesta a un gobierno represivo y criminal. Discute, se pronuncia públicamente y difunde información sobre estos temas. Una cita de Douglas Bravo nos aclara ese panorama:

"... cuando Rómulo Betancourt se trazó como estrategia liquidar todo el movimiento popular, para facilitar así los planes de explotación imperialista en Venezuela, comenzaron a surgir las primeras diferencias; era el momento en que unos sostenían que a la agresión armada, a la agresión violenta, al uso de las armas, a los asesinatos, a las torturas, a los allanamientos, a los carcelazos, a los vejámenes del régimen de Betancourt no se podía hacer frente con manifestaciones pacíficas solamente, sino con manifestaciones pacíficas por las reivindicaciones políticas y económicas, y también con manifestaciones armadas, con la lucha armada. A partir de entonces, empieza la polémica sobre este tema. Por aquel entonces los sostenedores de la vía pacífica eran muy pocos, se reducían a un minoritario grupo en el seno del movimiento revolucionario. Se inició la lucha armada en Venezuela, en los años 1960-61, no por el deseo de los partidos revolucionarios de recurrir a la lucha armada, sino como la única vía posible, la única vía abierta, la única salida que dejaban los gobiernos entreguistas, el gobierno de Betancourt concretamente.

Al iniciarse la lucha en nuestro país, aquellas corrientes ajenas a la lucha armada no fueron rebatidas suficientemente en el plano teórico, y se permitió que convinieran en el seno del movimiento revolucionario sin ser expuestas públicamente como concepciones ajenas y extrañas al movimiento revolucionario. Es decir, una falsa concepción de la unidad de las diferentes concepciones permitió que no se desenmascarara, que no se explicara al pueblo y se explicara a los propios sostenedores de esa concepción que tales puntos de vista no correspondían a la realidad venezolana.

El extraordinario auge vivido a raíz del 23 de enero se mantuvo durante los primeros años del régimen de Betancourt, e hizo posible que a las agresiones armadas y violentas de Betancourt se respondiera con las armas en la mano. Se inició entonces un conflicto, se inició lo que podemos llamar la guerra de liberación en Venezuela. En las ciudades crecían los combatientes armados, se producían desprendimientos en los cuarteles y se desarrollaban los movimientos guerrilleros campesinos. Sin embargo, en esa oportunidad no tuvimos la claridad suficiente para trazar un camino más neto y preciso en cuanto al problema de la vía armada, y algunos errores cometidos -lamentables errores que hoy estamos pagando- hicieron que entrara en crisis el movimiento revolucionario".





Unos apoyaban la lucha amada, otros estaban en contra, sin más argumento que la no-violencia. Pero, Argimiro Gabaldón, pertenecía a esa minoría de revolucionarios que no sólo actuaban y apoyaban una defensa armada contra la terrible agresión, sino que también, reflexionaba sobre la necesidad de mantener con vida el combate por la transformación social desde la perspectiva de un movimiento vinculado al colectivo, con posiciones ideológico-doctrinarias concretas y con un proyecto futuro de país específico.

Y decimos minoría porque las ideologías y convicciones que se suponía debían mantenerse en pie, se transformaban de acuerdo a las circunstancias e intereses particulares, echando por tierra toda convicción moral y espiritual.

Por ello, desde el año 1958, Gabaldón comienza a ver con cierto recelo, cómo se venían comportando las políticas de unidad impulsadas por el Partido Comunista. A la hora del III Congreso del PCV, fue él quien planteó la necesidad de ir hacia otras formas de lucha. Es el inicio de la experiencia guerrillera en Humocaro y también las primeras derrotas. Desde fines del 61 hasta el 13 de diciembre de 1964, Chimiro estuvo al frente de esa lucha. Y en todo ese proceso le tocó sufrir las inconstancias de unos "líderes" que se amoldaban a las situaciones presentadas, antes que analizar histórica y estratégicamente la realidad sobre la cual vivían.

Sin embargo en 1960, Argimiro Gabaldón crea el primer foco guerrillero en la Azulita, Estado Mérida, del cual fue líder; y luego en 1961, funda el "Frente Simón Bolívar" o "Libertador", ubicado en las serranías del entonces Municipio Morán del Estado Lara, cuyos comandantes eran el mismo Argimiro Gabaldón, Carlos Betancourt y Juan Vicente Cabezas. Posteriormente nace el "Frente José Leonardo Chirinos" (Occidente), en las montañas de Falcón y Yaracuy comandado por Douglas Bravo, Luben Petkoff y Elías Manuitt Camero; y en Oriente el "Frente Manuel Ponte Rodríguez" ambos creados en 1962; sus comandantes fueron Alfredo Maneiro y el Teniente Héctor Fleming Mendoza.

También en 1962, nacen las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), una organización guerrillera creada por el Partido Comunista de Venezuela (PCV), para dar forma a los nacientes grupos rebeldes que empezaban a operar en el país, de la cual Gabaldón llega a ser el conductor. Y en 1965, surge la última Fila cívico-militar que fue el "Frente de Los Llanos Ezequiel Zamora" (Llanos de Apure) que mantuvo tres comandantes: el Sargento de la Marina Adalberto González, Francisco "El Flaco" Prada y Ángel María Castillo.




..."No soy un guerrero, nunca lo había pensado ser, amo la vida tranquila, pero si mi pueblo y mi patria necesitan guerreros, yo seré uno de ellos y este pueblo nuestro los ha parido por millones cuando los ha necesitado"...





La lucha fue acérrima y constante pero, era contra un ente que lo doblaba en poder y fuerza. El Comandante "Carache", como ya era conocido en el mundo guerrillero, fue un hombre que luchó hasta su último día sin descanso y con una convicción invariable, de lleno y entregado en las montañas del Humocaro a un ideal de esperanza.

El 13 de diciembre de 1964, fue víctima de un disparo, al parecer de un compañero, que le quita la vida a los 45 años de edad, dejándonos en su expediente una larga lista de sus admirables características: un luchador social, defensor de los derechos humanos, agricultor, alfabetizador, poeta, artista plástico, profesor de artes plásticas, matemáticas, historia, dirigente campesino y urbano, predicador de ideas; además de cuatro pequeños hijos, Carmen Dolores, Beatriz, Alejandro y Tatiana, y una esposa y compañera, María Luisa Martí Pérez, junto con la que luchó durante todos sus años de vida.

A pocas horas de la muerte de Argimiro Gabaldón, el Comandante Carache, su hermano Edgar, desde el dolor, escribió las siguientes palabras: "Las reflexiones que produce la muerte de un ser querido ya no son sagradas en este país, porque están separadas por el signo de la guerra civil. La vida de todo hombre no vale nada si se le pone precio a la de uno solo; todos tenemos dinero para pagar la muerte de otro; y esto significa, en términos filosóficos, que en Venezuela se ha perdido la razón moral, y que quienes fungen de ductores de la fuerza ética no han sabido hablar a tiempo, y que su silencio es cómplice de las muertes habidas en ambos bandos, y de las que habrán de venir (...). De nada sirve un ejercicio intelectual que por cobardía retrocede ante el paisaje de la realidad, diáfana y terrible.

Si a este país hay que lavarlo con sangre de sus impurezas causadas por el caos social en que se debate para marchar hacia una estructura más razonable y humana, se le lavará. Pero que no digan, entonces, quienes en él habitan, que no hubo quien les dijera lo que estaba pasando. Ese es el sentido de la muerte de "Chimiro", y si su biografía, detalle a detalle, no se considera merecedora de estudio y examen no sabe nadie quien vale aquí nada, porque salir al aire limpio y frío de las sierras a exponer la vida propia por un ideal será siempre lo más noble y alto que pueda hacer un hombre de esta pobre tierra, tan triste y tan poca cosa."

Como dice una de sus más acertadas biografías: "Más que la muerte le dolió morir de bala amiga, morir a destiempo, cuando apenas se iniciaba el camino duro del que tanto había hablado y para el cual tanto se había preparado.




No permitas que tu dolor se esconda


"No permitas que tu dolor se esconda
oblígalo a salir desnudo a que combata
que empuñe el fusil y la granada
que anime la marcha
que estalle en un grito en el asalto
que ría y que cante en la emboscada
Tu pena y mi pena y la de todos
es una sola pena militante
armada es el fuego que arde en la alborada
la revolución que avanza desbordada
hacia el milagro de las cadenas rotas
Y el gran sufrimiento se tornara alegría
emergerá del fuego un mundo diferente
será el llanto detenido
y dejará la sangre de correr asesinada
se esparcirá la risa
y los niños puros como pájaros
en vuelo llenarán los parques con sus gritos
y nosotros estaremos allí, ¡seguro que estaremos!
como una llama ardiendo eternamente
Somos la vida y la alegría
en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte.
Venceremos camaradas,
Unidos venceremos."

Argimiro Gabaldón




CHIMIRO EL CAMINO ES DUR0








CORRIDO DE ARGIMIRO GABALDÔN Y DE FABRICIO OJEDA